Cosas que cuesta olvidar
Anuncios televisivos de turrón, intercambios de lotería y miles de bombillas gastando energía de forma sin razón aparente, en lo que supone una de las formas más improductivas de degradar el medio ambiente. Las escenas navideñas, cada día más madrugadoras, indican que 2004 está finiquitado. Con un balance en términos bursátiles que, salvo desastre, estará en línea con lo previsto oficialmente por los analistas, pero que supera claramente las expectativas de gestores más prudentes.
Quedan, así, un puñado de semanas para que se cumplan cinco años de los máximos de la burbuja tecnológica. Normalmente se dice que los mercados tienen memoria de pez -para quien no guste de documentales, esto significa que apenas recuerdan lo ocurrido en los últimos minutos-. No es raro, así, encontrara que la misma noticia que en un momento dado provoca subidas, sea la causa al cabo de unas horas de descensos en el mercado. O que un día el sentimiento que desprenden analistas y operadores invite a tirarse por la ventana para que, a la mañana siguiente, ya sea tarde para vender.
Sin embargo, bajo esta aparente memoria de pez subyace una ligera aversión al riesgo, mucho más enraizada en los inversores particulares que en los profesionales, que aún condiciona, cinco años después, al inversor. La política empresarial de las grandes compañías cotizadas es un buen ejemplo. Cuando Telefónica, en el auge de la etapa Villalonga, suprimió el dividendo, subió en Bolsa. Hoy por hoy la moda de las telecos es mimar al accionista con dinero, en vez de con promesas
Obviamente, que los accionistas prefieran no cobrar es un desafío a la lógica. Pero que cuando la crisis está aparentemente superada las empresas con mayor disponibilidad de flujo de caja en Europa no sean capaces, o no prefieran, reinvertir los beneficios es una señal de que, en la psicología profunda del mercado, el estallido de la burbuja tecnológica no se ha superado.