Dorada San Francisco
Nunca he pasado un invierno tan frío como un verano en San Francisco'. Esta frase de Mark Twain es bastante cierta, cuando hace sol y calor en Frisco es en otoño. Parece como si este lugar se empeñara en llevar la contraria a lo establecido, en llamar la atención. Cuando no era por la fiebre del oro, era por los terremotos (el de 1906, y el incendio posterior, que puso a cero la ciudad, o el de 1986), o por ese tsunamis más amplio del cambio cultural: la rebeldía es la marca de la casa, desde el etílico Jack London al chocante Saroyan, los padres del género negro Dashiell Hammet y Raymond Chandler, o los profetas de la generación beat y de la jardinería hippy.
Esta metrópoli rebelde enamora de flechazo. Tal vez sea la menos americana de las ciudades yankis, la más alegre y vividora, la más mediterránea. ¿Mediterránea? Es un piropo fácil, y poco exacto: en realidad, lo que hay allí es un crisol de muchas razas y culturas, con neto predominio del factor asiático. Es debido a los propios orígenes; San Francisco se formó con la fiebre del oro, de golpe. En 1847 contaba con 500 vecinos; al año siguiente, se corrió la voz de que había oro en California; y otro año después, había más de 20.000 hombres (sólo hombres). Enseguida llegaron los tenderos y los banqueros, y las mujeres.
La fiebre del oro se curó, pero ya nada podía detener la carrerilla. Ni el terremoto devastador de 1906, ni la plaga bíblica del sida, que golpeó en los 80 con saña especial a esta ciudadanía libérrima. San Francisco ha vencido, una tras otra, todas las crisis. Y hoy se presenta radiante, diferente como lo fue desde su embrión. Sus inquietudes intelectuales no son humo de paja: con el dinero que segregan los cerebros de Silicon Valley, o los viñedos (California sería la quinta potencia económica mundial, si fuera una nación), se pueden armar esos centros cívicos y de arte tan envidiables, esa arquitectura opulenta, esa cocina sofisticada que refleja un mestizaje bien digerido.
Eso es lo interesante, y futurista: el mestizaje, la creatividad. Los otros aderezos (divulgados por las novelas indígenas, y sus películas parásitas) son en realidad cosa epidérmica, pintoresca. Me refiero a las famosas cuestas en picado, tan explotadas por el cine, a los cable cars (que no tranvías), a la isla de Alcatraz y su prisión (de la que nadie escapó, en contra de algunos guiones célebres), al Chinatown (no tan diferente al que alberga digamos el madrileño barrio de Lavapiés), o a esa burrada tecnológica que es el Golden Gate: un puente colgante de hierro abrochando la bahía que, cuando se abrió en 1937, era la mayor estructura creada por el hombre. Todavía deja perplejo (a quien tiene la suerte de no coincidir con la niebla habitual).
Más allá de los decorados está la pulpa fascinante: por ejemplo, el peso de lo oriental queda cuajado en el nuevo Museo de Asia, ejemplar; la viveza cultural se refleja en el MOMA (arte moderno), tan exquisito en sus fondos como en el propio edificio. Museos hay hasta aburrir, algunos singulares y que traducen la esencia variopinta, como el museo de la vida gay, o los futuros museos de África, de los judíos, de las mujeres. Pero lo más importante de todo: San Francisco es una ciudad para vivir, libremente, alegremente, diversamente.
Hay varios polos urbanos que lo confirman, como el barrio de Castro, rescatado por los gays. Pero donde esa vitalidad es más palpable es en el Fisherman's Wharf, un largo frente marino donde algunos muelles (como el célebre Pier 39) son un concentrado de ocio, otros sirven de base a los cruceros, otros en fin a los barcos y yates que surcan la bahía para abarcar, desde el mar, el que muchos consideran el skyline o perfil más seductor de Norteamérica.
Guía para el viajero
Cómo irUS Airways (901 117 073) vuela diariamente desde Madrid a San Francisco vía Filadelfia, cuya nueva terminal permite una conexión rápida y cómoda; esta compañía mantiene actualmente (hasta marzo de 2005) una oferta para volar a San Francisco por 399 euros más tasas i/v en clase turista, y por 1.660 ¦euro; más tasas i/v en su clase Business Envoy Class.AlojamientoHandlery Union Square Hotel, 351 Geary Street, teléfono 415 781 7800, handlerysf@handlery.com, aunque algo anticuado resulta muy cómodo por estar en el centro comercial y a un paso de museos y centro cívico, 189-299 dólares la doble (+ 14% tasa municipal). The Westin St. Francis (Union Square - 335 Powell Street, 415 397 7000) es un clásico abierto en 1904 y que fue creciendo con la ciudad, allí se han alojado reyes y personalidades y en su lobby principal sigue el primer reloj de pie llevado al oeste (1907), junto al cual se hacen las citas locales ('quedamos en el reloj'). Sir Francis Drake (450 Powell Street, 415 392 7755, sirfrancisdrake.com) es otro histórico (de 1928) a un paso del anterior, con lujosos salones de época bajo protección del National Trust. Clift (495 Geary Street, 415 775 4700, clift@ianschragerhotels.com).Es puro diseño (ni siquiera tiene cartel en la puerta), algunos muebles e interiores son creación de Philippe Starck que rayan con la pura obra de arte, hay obras de otros artistas contemporáneos y una célebre Redwood Room o bar de los años treinta, todo forrado con la madera de un único pino gigante de California (ahora especie protegida., En fin: el no va más.ComerEl Fisherman's Wharf (gran paseo marítimo) es ideal porque se encuentran locales sofisticados o lugares populares, todo muy animado. Dos de los mejores sitios, especializados en marisco y pescado y con vistas a Alcatraz y la bahía, son Neptune's Palace Seafood Restaurant (Pier 39, 415 434 2260, caro) y Dante's Seefood Grill (Pier 39, 415 421 5778). Una grata experiencia hacer el brunch (desayuno-comida) en un yate de lujo como el California Hornblower Yacht (Pier 33, 415 788 8866, www.hornblower.com), dos horas de buffet y champagne mientras se navega por la bahía.