Lazos entre ejecutivos
Antonio Cancelo analiza el poco cuidado que se tiene a veces en las relaciones que, por motivos empresariales, deben mantener los directivos de distintas compañías
La relación entre los directivos de empresa está muy condicionada por las características personales que determinan la idiosincracia de cada uno, variando sustancialmente desde una posición cómoda, agradable, incluso gratificante, a otra simplemente llevadera, que puede derivar en casos extremos a una pura aceptación formal que se salda en rebeldía cuando no hay presencia, si se trata del subordinado, o a un trato altanero y hasta descortés o despreciativo, si quien actúa de esta manera es el 'jefe'. No obstante la multiplicidad de casos que podrían catalogarse, con carácter general se puede afirmar que dentro de cada organización las situaciones están claramente definidas de acuerdo con la posición que cada uno ocupa dentro de la estructura jerárquica. Todo funciona mejor si las relaciones interdirectivos son buenas, pero, en cualquier caso, nadie puede llamarse a engaño sobre el papel que a cada uno se le ha asignado y los grados de dependencia implícitos.
La cuestión adquiere mayor complejidad cuando se trata de directivos del mismo nivel entre los cuales no existen relaciones de jerarquía, directores de departamento, por ejemplo, pero cuyo buen funcionamiento colaborativo resulta imprescindible para el desarrollo de la organización. El recurso a los responsables respectivos de mayor nivel en caso de conflicto puede resultar necesario, pero no siempre resuelve el problema mientras se mantengan en la misma tarea los protagonistas de la confrontación. Aun en el caso señalado seguimos dentro de una organización que puede actuar de múltiples formas para mejorar el comportamiento interdirectivo, por difícil que sea la cuestión. Pero las empresas son organismos que interactúan entre sí, estableciendo relaciones que obligan a los directivos de unas a contactar con los de otras, dando lugar a modelos de funcionamiento alejados de la nitidez conceptual que se produce en una empresa.
En ese contacto interempresarial las relaciones entre los directivos se regulan de un modo diferente, perdiendo peso la jerarquía a favor del poder real de nuevo cuño que genera el interés o la conveniencia. Así, ocurre que el director general de una empresa tiene que aceptar las directrices y el comportamiento del director de compras de otra a la cual está interesado en suministrar. Podrían señalarse otros muchos ejemplos, pero basta con éste para enfatizar el cambio profundo que sufre la relación entre directivos cuando se sale más allá de los muros de cada organización. El contacto puede incluso iniciarse entre los mismos niveles de las empresas, pero después hay que concretar y se empieza 'descendiendo' un escalón, porque el jefe de compras se sentiría despreciado si no le visitara el director general. Más tarde el director general tiene que ponerse al teléfono porque quiere hablarle la secretaria del jefe de compras. Un amigo con larga trayectoria empresarial me contaba el otro día cómo el director general de una gran empresa le había propuesto un negocio porque querían abandonar algunas producciones, pidiéndole que le ayudara en el proyecto, para lo que debería ponerse en contacto con su director de compras. Pues bien, este señor le citó para un día y una hora, para después decirle, una vez realizado el viaje, que no tenía tiempo para recibirle. Cuando otro día se realizó el contacto no sólo no hubo explicación alguna sino que, más o menos, le dijo que 'esos de la central no se enteran' y que no había negocio alguno que discutir. Esa 'inversión de valores relacionales' que ocurre en contactos interempresariales produce en algunos altos directivos un proceso de huida hacia el interior, refugiándose en la paz relativa de la empresa y evitando con múltiples argumentos la exposición al exterior, donde la valoración personal y el amor propio pueden resultar dañados. La verdad es que no se reflexiona demasiado sobre este ámbito del comportamiento directivo y menos se prepara a los dirigentes para convivir en situaciones tan habituales como las descritas, porque da la casualidad de que los mercados están fuera, lo que exige vivir en permanente contacto con directivos de otras empresas y aceptar reglas de comportamiento en las que prevalezcan los objetivos que se desean alcanzar y no tanto la satisfacción o el orgullo personal.
Pocos espacios favorecen la practica de una virtud tan necesaria como poco común, la humildad
Pocos espacios habrá mejores que el de las relaciones interdirectivas exteriores para practicar una virtud tan necesaria como poco común, la de la humildad. Saber reducir la soberbia que siempre nos acecha, sobre todo si se ha alcanzado algún éxito en la vida, guardar el amor propio para mejor ocasión y trabajar con humildad por el éxito de nuestra tarea, exige asumir lo que en el lenguaje convencional se calificaría casi como una humillación.
A quien le cueste mucho aceptar situaciones que identifique como menoscabo personal puede refugiarse en ese aserto filosófico que dice que la ofensa es imposible sin la colaboración del ofendido, por eso, por dignidad personal, es mejor, sólo en este caso, ser insolidario.