En el país de Liliput
Si respetamos las cifras, hemos de admitir que Lichtenstein es el país más industrializado del mundo. Tocan a dos empresas por habitante. Salen a casi un puesto de trabajo por cabeza: 27.000 empleos para 33.000 ciudadanos. Además, de cada diez habitantes ocho tienen coche, y ostenta una renta per cápita similar a la de sus vecinas Austria y Suiza. Pero al mismo tiempo es uno de los países con mayor número de suicidios, o de divorcios. Todo esto puede parecer un poco irreal, pero es que Lichtenstein es un poco irreal.
Cuando la Primera Guerra mundial, su contribución a la contienda fue un ejército de 80 soldados; al final, no hubo bajas, al contrario, hubo superávit: se fueron 80 y volvieron 81. Uno de los combatientes, aprovechando el escaso rigor burocrático, se trajo a un compañero de trincheras para que le ayudara a ordeñar a las vacas. Aunque Lichtenstein es tres veces más pequeño que Andorra, resulta un verdadero gigante, con sus 162 kilómetros cuadrados, al lado de otros Estados europeos como San Marino (60 kilómetros cuadrados), Mónaco (dos kilómetros) o el Vaticano (medio kilómetro). Sus ciudadanos se reparten en 11 municipios: seis en el Oberland o país alto (las dos terceras partes de Liechtenstein son montaña alpina) y el resto en el Unterland o país bajo.
La fecha de nacimiento del estado fue el 23 de enero de 1729: ese día Carlos VI hizo de los dos señoríos de Vaduz y Schellenberg un principado del imperio, con el nombre actual. Tras depender primero de la Confederación Germánica y luego del imperio austro-húngaro, se fue inclinando hacia la opulenta Suiza, con la que firmó un acuerdo aduanero en 1923.
La verdadera estrella aquí es la naturaleza. El país es una pura postal, un decorado al que se llama el país de Heidi
Dos años antes se había elaborado la Constitución liberal y democrática que aún sigue vigente. El príncipe Francisco José II fue el primer soberano que fijo su residencia permanente en Liechtenstein. A su muerte, en 1989, le sucedió su hijo mayor, el actual príncipe Hans Adam II. Su alianza con Suiza ha traído al país, en los últimos 40 años, una envidiable prosperidad. Sus ingresos provienen de rúbricas tales como la filatelia, las dentaduras postizas o la administración fiduciaria: miles y miles de empresas, con poco más que una placa sobre la puerta, mueven capitales y mercancías a lo largo del ancho mundo.
Pero también el vino y el turismo cuentan cada día más. Aunque pequeño, el país da mucho de sí, y es corredor de paso hacia algunos de los parajes más bellos de Europa. La capital, Vaduz, se apiña en torno al castillo de los Príncipes, de origen medieval y que acentúa con su mole anacrónica el carácter de corte de opereta. Aunque conserva en su interior ricos tesoros de arte, no se visita, ya que los príncipes residen allí habitualmente. Se puede visitar en cambio la colección de pintura de los soberanos en el reciente Kunstsmuseum. El museo Filatélico resulta obligado, y en la Rote Haus, junto a los restos de una antigua abadía, se recuerda al mejor compositor de la nación, Josef Gabriel Rheinberger (1839-1901).
Pueblos muy hermosos son Triesenberg, con un museo dedicado a los Walser (campesinos establecidos en el siglo XIII), Balzers, donde puede verse un castillo, un museo local y varias torres, Schaan, con vestigios romanos y museo, o el conjunto de Schellenberg, con dos pintorescas fortalezas, alta y baja.
Pero la verdadera estrella es la naturaleza. El país entero es una pura postal, un decorado al que se llama el país de Heidi. Durante el otoño, se pueden hacer excursiones a montañas como Galinakopf, Schönberg, las Drei Schwestern (Tres Hermanas) o la Dreiländerspitze. En invierno, la estación de Malbun o la pista de esquí de fondo de Steg, que cuenta con iluminación nocturna, hacen de este territorio una fuente de sorpresas.
Guía para el viajero
Cómo ir:El aeropuerto más cercano es el de Zurich, a 110 kilómetros. Magníficas autopistas unen el principado con Zurich, Innsbruck o Munich. Por tren se puede llegar hasta Zurich, St.Gallen, Innsbruck o Bregenz. Para moverse por el principado, si no se lleva coche propio, hay líneas regulares de autobuses muy confortables.Alojamiento:En Vaduz: Parkhotel Sonnenhof (Mareestrasse 29, +423 2390202, real@sonnenhof.li) es un romántico cuatro estrellas de la cadena Relais & Chateux; Gasthof Löwen (Herrengasse 35, (075) 2381144, loewen@hotels.li) es una histórica posada. Son una delicia los pequeños hoteles familiares con un precio entre 50 y 250 francos suizos.Comer:Hay algunos establecimientos históricos, como el citado Gasthof Löwen, en Vaduz, con restaurante al aire libre. El restaurante Torkel se encuentra en los viñedos de la Cava del Príncipe. El Wirthschaft zum Löwen, en Schellenberg, es otro histórico.