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CincoSentidos

La insoportable libertad del naúfrago

Cuando Robert Louis Stevenson se acercó en la goleta Casco al 'archipiélago peligroso' de Pomotú (o Tuamotu), en 1888, dejó escrita esta lindeza sobre los atolones: 'se supone que son la creación de un insecto no identificado todavía'. Un desvarío similar al de esos humoristas que pintan náufragos felices, sin la menor atadura social, en un palmo de arena con cuatro cocoteros; es decir, en un motu. Uno de esos segmentos ínfimos de tierra que, entrecortados por el mar, forman el anillo de un atolón.

Ahora sabemos mejor lo que son esas coronas de turquesa engastadas en el lapislázuli oceánico: son el cogote a punto de sumergirse de un volcán tragado por el mar. En el lago (o mar interior) que encierra ese anillo de arena somera y coralina se abisma un gigante que, finalmente, arrastrará consigo al redondel efímero, y no quedará rastro de nada.

Esta geografía in extremis no sedujo mucho a los primeros navegantes occidentales, que endosaron a cada islote descubierto nombres peyorativos. El primer europeo que se dejó ver por allí fue Magallanes, en 1521. Gracias a Darwin, que pasó por la zona hacia 1830, se empezó a tener en Europa una cierta idea (no mucha, a juzgar por lo de Stevenson); pero sólo los misioneros, en el XIX, se interesaron por aquellas almas lejanas.

Fue en 1950 cuando los franceses (que se habían ido adueñando de la zona desde un siglo antes) confeccionaron el primer mapa completo del archipiélago: un sopicaldo de 77 atolones minúsculos esparcidos como leves confeti por un área de 1.500 kilómetros de largo por 500 de ancho. Moverse por semejante extensión sigue siendo, incluso hoy día, una aventura. Son 27 los atolones que disponen de pista de aterrizaje (ni en el mejor de los casos se puede hablar de aeropuerto); pero muchos no tienen otra conexión con el resto del mundo que los barcos cargueros que acepten viajeros.

El turismo, sin embargo, lo está cambiando todo. Hasta la llegada de los misioneros, la vida en los atolones era pura precariedad y la pesca el único sustento; los misioneros plantaron cocoteros y alentaron la producción de copra (la carne del coco, seca, de la que se exprime un aceite de uso alimentario y cosmético). Otra producción que gana importancia, sobre todo desde los pasados años 70, es el cultivo de perlas negras. Para los turistas, en general, las Tuamotu son todavía ese territorio extremo donde pueden jugar a sentirse Robinson Crusoe por unos días. Y para los amantes del submarinismo, en particular, representa este archipiélago algo así como el Himalaya para los alpinistas.

El mayor atolón (el segundo del planeta, después de Kwajalein, en Micronesia) es Rangiroa. Un anillo en forma de pera cuyo mar interior mide 75 kilómetros de este a oeste, y 25 de norte a sur: sólo desde el avión se aprecian, de golpe, su concepto y su belleza. 'Rangi' es también el atolón más poblado, casi 3.000 isleños. Tiene un aeropuerto que parece una gasolinera del Far West, dos pueblos, escuelas y hospital, y un complejo de lujo, aparte de numerosas pensiones familiares, la única fórmula existente en estas islas.

Los turistas acuden al Aquarium en pleno lago, frente al paso de Tiputa, a bucear o pescar; algunos vienen de lejos, en sus yates, talluditos, seguramente jubilados. Otra de las actividades más excitantes es ir de compras por las granjas de perlas, o salir a mar abierta por el paso, donde baten olas de varios metros y delfines inmensos saltan y hacen cabriolas sobre la espuma escoltando a los intrusos.

Tikeau, a sólo 14 kilómetros, es otro atolón 'grande', ya que cuenta con 400 vecinos, tres iglesias, dos tiendas, una panadería, un gendarme y un hotel de lujo. El gendarme sólo trabaja cuando algún garañón se emborracha con una 'cerveza' de fabricación casera y organiza una pelea.

Lo mejor es el servicio religioso de los domingos: las mammas sobre todo se emperifollan como para una gala. Y es que el sermón y los cánticos dominicales, junto con la llegada del avión o del barco, son los sucesos más tremendos que depara la rutina. El mito occidental de soledad igual a libertad igual a dicha rousseauniana no se lo acaban de creer los indígenas del atolón.

Hasta los Robinsones de lujo, tras unos días de holganza, acaban dudando seriamente dónde se encuentran infierno y paraíso: en la salvaje naturaleza o en la sociedad. Puede que esos conceptos, como la china de los trileros, cambien burlonamente de cubilete ante nuestras narices, quién sabe.

Guía para el viajero

Como ir:Air France (901 112266, www.airfrance.com.es) ofrece 10 vuelos diarios desde Madrid o Barcelona a París-CDG, 5 desde Bilbao, 3 desde Málaga o Sevilla, 2 desde Valencia, etc. Desde París vuela miércoles, viernes y domingo a Paletee, Tahití, además de ofrecer otros cinco vuelos con Air Tahiti los lunes, martes, jueves, sábado y domingo. Los precios para volar desde España a Papeete van desde los 941 euros¦euro; + tasas en clase turista hasta 4.540 ¦euro;euros en business. Desde Papeete, Air Tahiti ofrece conexiones con Rangiroa y Hao, que son los dos aeropuertos encargados de 'distribuir' el tráfico a los otros 27 aeropuertos en las islas. La mitad de las del archipiélago son accesibles en barco. Para moverse por el atolón en algunas islas lo mejor es alquilar bici o moto, o tomar un speed-boat (concertar precio, sale caro).Dormir y comer:Las islas más preparadas para el turismo son Rangiroa y Tikeau. En Rangiroa, está el Kia Ora Village (96 03 84, resa@kiaora.pf), a un par de kilómetros del aeropuerto, con 63 bungalows de muy alto confort. En Tikeau, el Pearl Beach Resort (962300, info@spmhotels.pf, www.pearlresorts.com) se encuentra a diez minutos en bote desde el aeropuerto, cuenta con 16 cabañas sobre pilotes y otras tantas en la playa. También existen pensiones familiares, que varían mucho en confort, pero no en precio, unos 60 euros¦euro;por persona y día en media pensión (en estas islas no se usa mucho la tarjeta de crédito, excepto en los hoteles de lujo, hay que llevar efectivo en francos CFP). Para comer, casi la única opción son los restaurantes de los grandes hoteles o las pensiones.

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