Deslocalización, sin problemas
Fernando de Salas explica que el traslado de compañías a otros países, al margen del primer trastorno que supone perder el empleo, puede suponer una oportunidad.
Jesús llevaba 20 años trabajando en una fábrica del sector textil. Hace unos meses la factoría, donde había pasado toda su vida laboral, cerró. La compañía propietaria, una multinacional estadounidense, decidió por una cuestión de costes trasladar la producción a China. Se vio de la noche a la mañana sin trabajo. Parecidas escenas en similares escenarios se repiten con mayor frecuencia en el panorama industrial de nuestro país. Es el fenómeno de la deslocalización, que ha llegado hasta nuestro tejido empresarial con fuerza, haciendo sonar la voz de alarma entre los agentes sociales por las consecuencias que, desde el punto de vista laboral, está acarreando.
La apertura de los mercados y la fulgurante entrada en escena de gigantes como China o los países del Este han provocado una corriente migratoria de las grandes corporaciones, que desmontan factorías y trasladan líneas de producción atraídos por las condiciones más favorables y la mano de obra barata de estos nuevos mercados. Decisiones puramente económicas están detrás de estos cambios que afectan a muchos puestos de trabajo. Pero impopulares o no, las deslocalizaciones son una realidad, para muchos, imparable, a la que debemos adaptarnos con celeridad.
Y esta adaptación va por dos caminos distintos, aunque complementarios. La primera corriente apunta a frenar, desde distintos ámbitos, la progresiva huida de las grandes multinacionales de nuestro territorio. Para ello, la Administración puede recordar con mayor o menor vehemencia a los responsables de estas compañías las ventajosas condiciones de las que se beneficiaron cuando, años atrás, se instalaron en nuestro país. Ventajas fiscales, aceleración de trámites y otros prebendas que obtuvieron a cambio de los puestos de trabajo que su llegada trajo debajo del brazo. La presión de los sindicatos, que tratan de proteger los puestos de trabajo en peligro, va por el camino de pedir el endurecimiento de las leyes y la aplicación de duras sanciones económicas como medida disuasoria para todos aquellos que tengan tentaciones deslocalizadoras. Pero cuando la deslocalización es inevitable, una vez agotada la vía combativa, es cuando entra en juego la segunda corriente de actuación, que persigue la aplicación de soluciones alternativas y prácticas al fenómeno de la deslocalización. A la cabeza de esta segunda corriente, el la recolocación (outplacement) se erige como un instrumento eficaz que sirve de motor de cambio, que está ayudando a reinventar el panorama industrial y laboral de la esta nueva España deslocalizada.
'Los trabajadores afectados han de darse cuenta de que la experiencia acumulada es reubicable'
Siendo un fenómeno de consecuencias preocupantes y que afecta a muchos puestos de trabajo, no significa, sin embargo, el fin del mundo. Ni siquiera se trata de un fenómeno nuevo. España se benefició hace décadas de la deslocalización de otros países con un tejido industrial más maduro. En aquella época fuimos nosotros los receptores de industrias que también entonces se dejaron seducir por un emplazamiento nuevo, pujante y, sobre todo, más barato. Representa un punto de inflexión que marca el comienzo de un cambio. Y como todo cambio, este fenómeno acarrea una transición traumática que es necesario gestionar. La recolocación es una medida que lleva muchos años gestionando con éxito las situaciones de cambio empresarial.
Un bagaje que le ha permitido tomar la delantera también en este nuevo rumbo que ha tomado la economía y está ya actuando con eficacia en casos de deslocalización, conduciendo a sus afectados por el camino de las nuevas posibilidades que se abren ante ellos. Buscando nuevas salidas profesionales para la fuerza de trabajo que aterriza bruscamente en el mercado laboral. Los trabajadores afectados han de darse cuenta de que la experiencia acumulada a lo largo de todos estos años, es perfectamente reubicable en otros campos más propicios y menos sujetos al riesgo de las deslocalizaciones.
Aunque la tarea no es fácil, las opciones no faltan: el propio sector industrial está reabsorbiendo buena parte de este personal. Industrias fundamentalmente locales, que están viendo como una gran oportunidad la posibilidad de contratar a excelentes profesionales con una gran experiencia a sus espaldas. Pero también, otros sectores más entroncados con nuestra tradición empresarial y, por tanto, hasta cierto punto preservados de los movimientos globalizantes. El sector servicios, por ejemplo, que continúa ofreciendo un enorme potencial a nuestra fuerza de trabajo.
Jesús llevaba toda la vida trabajando en su fábrica. No conocía otra cosa. Por eso cuando le comunicaron el cierre, su mundo se desmoronó. Tras recibir un programa de recolocación que le facilitó su empresa, recibió formación que le permitió encontrar un nuevo empleo en otra empresa, donde aplica toda su experiencia acumulada durante años. Gana más dinero. Pero sobre todo, Jesús recibió un mensaje: el de que había que salir se la burbuja y mirar más allá. Se trata de un cambio y una apertura de miras. Como todo cambio, la deslocalización está siendo traumática pero, al mismo tiempo, es una oportunidad. También para los trabajadores que han perdido su empleo. Una oportunidad de explorar nuevas áreas de conocimiento y de crecer como profesionales, de buscar, de crearse, de localizarse, con la ayuda de todos, un nuevo espacio.