Espacio monocromo en el Thyssen
Es una mañana luminosa, y el ala vanguardista del Palacio de Villahermosa brilla con luz propia en el Paseo del Prado. El viejo y el nuevo museo Thyssen-Bornemisza se miran con insolencia y nadie podría imaginar un espacio gris en este recinto de óleo y mármol. Pero ese lugar existe: se esconde detrás de una pesada puerta de plomo y es el despacho de Tomás Llorens, el conservador jefe de la colección, el pigmalión, dicen, de Carmen Cervera, la baronesa Thyssen. El habitáculo, diminuto, que ocupa es oscuro y triste, tan pequeño e impersonal que el perchero ha sido sustituido por una percha metálica que asoma detrás de la librería. El visitante no repararía en ella si no fuera porque el historiador ha colgado su chaqueta de paño negro.
Llorens, nacido en Almassora en 1936, habita un mundo propio al que sólo unos pocos privilegiados parecen tener acceso y nada o casi nada de ese mundo tiene sitio en su despacho. De hecho no le pertenece: fue la jefa de personal la que eligió el color y el mobiliario. Muebles funcionales de materiales sintéticos y color gris. Tampoco hay obras de arte -están todas expuestas al público, intenta justificarse-, sólo libros y alguna reproducción: un facsimil de Miró colgado de la pared y postales de su admirado Julio González en las estanterías.
En una mesa auxiliar reposa una escultura de bronce. Es propiedad de la baronesa y obra de Kuf, el escultor suizo de los años treinta, pero hoy se encuentra perdida entre remeros de libros.
Parece un gestor provisional, temeroso de perder su trabajo si comete un desliz
El conservador jefe ocupa su tiempo de gestor convenciendo a colegas y coleccionistas del honor que supone para las instituciones que representan o para sus propios apellidos que centenares de visitantes se acerquen entusiasmados ante la posibilidad de contemplar 'el cuadro'. Esta es la esencia de las colecciones temporales: un ir y venir continuo de obras de arte y pólizas de seguros por los museos de medio mundo, que desde hace años intentan realizar el más difícil todavía. Conseguir el lienzo jamás prestado. Como ese Kandinsky (Composición7), de la Galería de Moscú, que Llorens quiso para sus Analogías Musicales. No es una tarea fácil, todos los comisarios anhelan tener en sus catálogos a los números uno del arte mundial 'y si cediesememos constantemente esas grandes obras, nunca tendríamos los cuadros importantes en la colección permanente', explica el experto, tras negar que su museo tenga una lista de lienzos prohibidos. Sólo la insistencia le obliga a confesar que hay caravagios y carpaccios que nunca cedería.
Es difícil imaginar al historiador encerrado en esta habitación desde las 10 de la mañana, su hora habitual de llegada, hasta las seis o las siete de la tarde, cuando la abandona para dirigirse a una casa cercana en la que vive sin esposa e hijos -su familia reside en Denia, donde su mujer, especialista en obras monocromas, tiene espacio suficiente para pintar-; pero esto sólo ocurre en contadas ocasiones: los viajes ocupan gran parte de su tiempo y su quehacer profesional. De vuelta al palacio, el día transcurre alrededor de la correspondencia -solicitudes y cartas de agradecimiento- y de algún que otro almuerzo de compromiso profesional.
A Llorens pareció gustarle la idea de mostrar su persona y su oficio a la opinión pública, y a pesar de haber dejado atrás la jubilación, eligió para la cita un atuendo juvenil y elegante; pero esta mañana, por alguna razón que sólo él conoce, prefiere mantenerse al margen de la entrevista. Sus monosílabos esconden un 'preferiría no hacerlo' desconcertante, porque su reserva no es sólo evidente y explícita cuando se le pregunta por asuntos como el patronato o por la manera de trabajar de Carmen Cervera, que no ha habilitado en el palacio ninguna estancia para uso personal, también cuando intentamos descubrir qué tal jefe es o qué tipo de relación mantiene con su equipo de colaboradores.
Parece un gestor provisional, temeroso de perder su trabajo si comete un desliz, y todo hace suponer que el éxito del museo, tan alejado desde su constitución de las críticas y la polémica, reside en la bicefalia que sustenta la dirección, Llorens como conservador, y Carlos Fernández de Henestrosa como gerente, el responsable de que los mecenas sigan acercándose al Palacio de Villahermosa ofreciendo su colaboración.
Obsesión e interés por cuidar los detalles
Nunca estudió Historia del Arte, es licenciado en Filosofía y Letras y Derecho- y nunca ha tenido la tentación de pintar. Sin embargo, su carrera profesional, que inició a finales de los años sesenta como profesor de Estética de la Escuela de Arquitectura de Valencia, ha discurrido siempre por los cauces de un quehacer para el que se necesita 'sensibilidad visual, cierto interés por los pequeños detalles y una gran dosis de obsesión'. Sin serlo, Llorens siempre ha sido un historiador del arte en activo. Así es un trabajo que aún le entusiasma, pero que apenas le deja tiempo para escribir, otra de sus pasiones, y a la que espera dedicar todo su tiempo cuando se retire a su casa de Denia, donde le aguarda su esposa pintora, autora del óleo negro sobre cartón que Llorens exhibe en su despacho. No le gustaría que fuera antes de cumplir todos sus proyectos, que llegan hasta el año 2008: una exposición sobre los orígenes del simbolismo y otra alrededor del grupo alemán Die Brücke y Corot.