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CincoSentidos

La belleza del cataclismo

Ocurrió hace tres o cuatro millones de años. Volcanes submarinos arrojaron a la superficie una erupción incandescente que adoptó, al enfriarse, forma de colmillos de basalto y vaguadas de un verdor exuberante. Pero esos titanes surgidos del abismo se van sumergiendo, centímetro a centímetro, uno por año. El anillo de corales que arropó su contorno primigenio se mantiene a flote, mientras el resto se hunde: así se ha formado, entre la barrera de coral y la montaña, el lago somero que da a estas formaciones su carácter y belleza. Son las islas de Sotavento, a unos 300 kilómetros de las llamadas de Barlovento; ambos grupos forman el archipiélago de la Sociedad, en la Polinesia francesa.

Bora Bora no es la mayor, pero sí la que encarna mejor el sueño del paraíso. La favorita de los escritores que muñeron ese mito, desde Stevenson a Loti, Jack London o Melville. En 1928, Murnau y R. Flaherty rodaron allí (en el motu o islote Tapu) una película de culto, Tabú. Aquellas imágenes mudas mostraban, bajo la sombra impactante del pico Otemanu, una sociedad idílica y algo folclórica, de inocencia rousseauniana, que finalmente cede bajo el peso de su propia fatalidad, casi al modo griego, y no sólo por la agresión de afuera. Paradise lost (Paraíso perdido) se titula significativamente la segunda parte del filme. La diagnosis de Murnau sigue vigente. Una cosa es el sueño, el ideal de pureza primordial alimentado por la buena literatura; la realidad, sin embargo, nunca alcanza el nivel de la fantasía.

O tal vez los sueños engatusan. Porque, de entrada, nunca se vivió allí de forma idílica. Antes de que llegaran los europeos, la guerra era la forma cotidiana de buscar tierras de labor, en la propia isla o en las vecinas. Cook la avistó en 1769, y 50 años más tarde ya se instalaba allí la London Missionary Society, para echar a patadas a los dioses indígenas. La anexión a Francia, en 1888, estuvo precedida por una sangrienta resistencia. Un momento crucial de cambio fue la Segunda Guerra Mundial: tras el ataque a Pearl Harbour, los americanos desplazaron a Bora Bora unos 6.000 soldados (tantos como la actual población) y construyeron una pista de aterrizaje.

Ese aeropuerto facilitó que Bora Bora se convirtiera en pionera del turismo polinésico. Allí se construyeron los primeros hoteles de lujo, ya en los años 60, y en los 80 empezaron a flotar en las playas esos palafitos que después se han propagado a toda la Polinesia, casi como imagen de marca. Despertar en ellos, y que una canoa te traiga el desayuno acompañado de flores, es más que suficiente para muchos -sobre todo si están apurando su luna de miel-. Otros piden más, exploran los fondos coralinos, salen a pescar, practican el surf, el esquí náutico o hacen kayak, o recorren en bicicleta los 32 kilómetros de carretera llana que festonea la isla.

Pueden así descubrir los ralos poblados (siempre en el litoral), sorprender a los nativos parloteando en la playa, o a la puerta de sus casas, encontrar algún marae (templo) o cañones herrumbrosos de la guerra. Pero sobre todo obtendrán su botín de vistas, lo que siempre cautivó a quienes pusieron el ojo en Bora Bora.

Las mejores vistas, sin embargo, se consiguen desde lejos, por ejemplo, desde la isla de Tahaa, al atardecer. Tahaa, hasta ahora intacta, ya tiene hotel con palafitos, y puede empezar a hacerle sombra a Bora Bora. En Tahaa, la isla de la vainilla, ya paran los cruceros, que organizan picnics o cenas en los motus, o llevan a los turistas a cebar tiburones y rayas. Tahaa es siamesa de Raiatea (comparten el mismo lago y barrera), la isla sagrada cuyo marae de Taputapuatea irradiaba poder religioso a toda la Polinesia oriental; allí se investía a los arii o príncipes llegados de muy lejos.

Y allí pueden los visitantes saciar su asombro, con el complejo fabuloso de templos y los paneles que explican cómo era aquella sociedad, falseada por los primeros testigos, tan desconocida y fascinante como lo es, todavía, la propia isla grande y salvaje.

Guía para el viajero

Cómo ir:Air France (901 112 266, www.airfrance.com.es) es la mejor opción, ya que ofrece 10 vuelos diarios desde Madrid o Barcelona a París (Charles De Gaulle), 5 desde Bilbao, 3 desde Málaga o Sevilla, 2 desde Valencia, etc.; desde París (CDG) vuela miércoles, viernes y domingo a Papeete, además de ofrecer otros cinco vuelos en código compartido con Air Tahiti los lunes, martes, jueves, sábado y domingo. Los precios para volar desde España a Papeete van desde los 941 euros más tasas en clase turista hasta 4.540 euros en business. Desde Papeete, Air Tahiti ofrece cómodas conexiones con Bora Bora, y Raiatea. Las mayoristas Catai, Nobeltours y Viajes El Corte Inglés ofrecen paquetes que incluyen Bora Bora y las islas de Sotavento (en agencias).Cruceros:Una de las mejores maneras de conocer las islas de Sotavento es a través de cruceros que visitan varias islas. La compañía Bora Bora Cruises (tel.: (689 544 505, www.boraboracruises.com) tiene un barco espléndido, el Tu Moana, con 37 cabinas, que realiza un crucero de siete días/seis noches partiendo de Bora Bora y visitando Tahaa, Raiatea y Huahine -refinamiento hasta en los mínimos detalles, excelente restauración y actividades y excursiones muy bien escogidas-. Precio por persona: entre 2.699 y 4.999 euros.Alojamiento y comer:Hotel Bora Bora Amanresorts (Point Raititi, B.P.1, Nunue, (689 604 460), es el más veterano y prestigioso, adonde acuden estrellas de cine y famosos, tiene bungalows sobre el agua, y otros en la zona de parque, con jardín y piscina propios para cada uno, trato exquisito y ambiente exclusivo; desde el restaurante abierto a la playa (magnífica) se puede seguir cómodamente las regatas que tienen lugar con motivo del Heiva (fiesta grande de julio) y la gran regata de todas las islas Barlovento y Sotavento, en octubre. Los hoteles son la mejor y casi única opción para hacer las comidas.

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