Gestión cada vez menos alternativa
Ha sido una de las modas posburbuja. La rentabilidad absoluta, la llaman. O la gestión dinámica. O alternativa. Alternativa a la gestión tradicional, se entiende. Una alternativa cuyo objetivo está en la búsqueda de rentabilidades que no están ligadas a la evolución de los mercados de valores. Algo que no deja de resultar chocante, toda vez que uno de los puntos en común de la gestión alternativa y la tradicional es, precisamente, el invertir en los mercados financieros.
La gestión alternativa aprovecha los huecos que deja la inversión pura y dura para sacar una rentabilidad a los mercados que no procede de la evolución de los precios. Por ejemplo, dedicándose al arbitraje entre distintos activos, como bonos, acciones, deuda convertible...
La cantinela del momento reza que este tipo de productos representan el futuro de la inversión colectiva. Pero, una vez que la moda se ha generalizado y la gestión alternativa ha llegado a a las oficinas de las grandes redes bancarias, ¿es posible que ofrezca la misma rentabilidad que cuando se trataba de un producto exclusivo?
Si la rentabilidad de estos productos no está vinculada a los precios de los activos, vendrá de otro sitio. Suele ser de las ineficiencias de los mercados, producto de la dispersión de tipos de activos. Pero las posibilidades derivadas de estas ineficiencias son limitadas, sobre todo cuando cada vez más agentes del mercado quieren aprovecharse de las mismas.
Nadie da duros a cuatro pesetas, y el dinero tiene que llegar de algún sitio. La gestión alternativa está muy bien, pero se antoja difícil pensar que sus posibilidades son infinitas. De hecho, si todo el mundo buscase la gestión alternativa ésta dejaría de serlo. Cuatro años después de Terra, cuesta creer que se haya encontrado la piedra filosofal de la inversión.