El desgobierno de las empresas

Como toda multinacional que se precie, la cadena británica Marks & Spencer lleva a gala sus normas de buen gobierno y edita un informe anual de Responsabilidad Social Corporativa que es validado por una gran auditora internacional. Más aún, la cadena de grandes almacenes figura a la cabeza en numerosos rankings de buen gobierno y forma parte del índice FTSE4Good, que integra a 'compañías que cumplen los estándares globalmente reconocidos de responsabilidad corporativa'. El objetivo de este índice es destacar a empresas socialmente responsables para animar a los inversores a poner su dinero en ellas.

Pese a todas estas garantías, el nuevo consejero delegado de la compañía, Stuart Rose, está siendo investigado por los reguladores, que sospechan que utilizó información privilegiada para obtener importantes plusvalías con acciones de la propia empresa. Rose compró en mayo 100.000 títulos de Marks & Spencer que se dispararon tres semanas después, cuando Philip Green lanzó una oferta de compra sobre la compañía. Rose, que en esa fecha aún no era consejero delegado de la empresa, asegura que en ese momento desconocía los planes de opa, pese a haber mantenido conversaciones con Green. Sin embargo, los reguladores no están convencidos de ello.

Puede que Green sea inocente (o no). En cualquier caso, este episodio sirve para recordarnos que los abusos son frenados a golpe de regulación y supervisión, y no de códigos de buen gobierno, que, a menudo, sólo están llenos de humo. La moda de la responsabilidad corporativa es buena por lo que tiene de esfuerzo regenerador de la ética empresarial. La optimización del beneficio y de la rentabilidad para el inversor han sido durante años dos objetivos irrenunciables que justificaban todo tipo de artificios y malas prácticas. Cambiar esta cultura empresarial es primordial para garantizar la supervivencia misma del sistema. Y el autogobierno no sirve como herramienta en esta tarea.