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Tribuna
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Dilemas para el director del FMI

Rodrigo Rato asumirá el cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) en un momento de incertidumbre para la economía mundial. El autor analiza los retos a los que se enfrentará y propone un papel del organismo más enfocado a la prevención de las crisis que a su resolución una vez desatadas

Rodrigo Rato se va a hacer cargo del Fondo Monetario Internacional (FMI) en un momento de dificultades e incertidumbres para la economía internacional, en que se cuestiona la capacidad de la institución para adaptarse a los retos del nuevo siglo.

En la actualidad se está discutiendo el nuevo papel que el FMI tiene que jugar en los países emergentes y en crisis que pueden emanar de los países más ricos. Cada vez hay más consenso en que el enfoque debe de ser en la prevención en vez de la resolución de crisis. Para ello se requiere que el FMI aumente su labor de seguimiento de las condiciones económicas de los países miembros y que desarrolle mecanismos anticipatorios de aviso más efectivos que permitan la adopción de medidas antes de que se produzcan las crisis. Al mismo tiempo, hay países que están solicitando asesoría económica y asistencia técnica a sus Ministerios de Finanzas y bancos centrales sin necesidad de tener que tomar prestado dinero del FMI. Ahora el Fondo no tiene la posibilidad de proporcionar este servicio.

El Fondo todavía no ha encontrado alternativas a políticas presupues-tarias que ayuden a los países a superar los ciclos

Una de las tareas más urgentes para Rato será conseguir que los países miembros aumenten los recursos financieros del FMI (en la actualidad tiene fondos disponibles de 150.000 millones de dólares). La capacidad del Fondo de responder a las crisis en los países emergentes y restaurar la confianza de los inversores está siendo cada vez más comprometida por la disminución relativa de sus fondos disponibles con relación a los de los mercados de capitales globales. Aunque el Fondo ha demostrado su capacidad de realizar operaciones de rescate de gran calado, si no se aumentan sus recursos se puede comprometer la capacidad de la institución para hacer frente a crisis simultáneas en varios países. A su vez se puede dejar al Fondo cada vez más expuesto a unos pocos acreedores (tiene comprometidos casi 65.0000 millones de dólares en Argentina, Turquía y Brasil).

Otro reto importante será el redefinir la función del Fondo en el nuevo milenio en un entorno de sistemas cambiarios flotantes y mercados de capitales abiertos. EE UU quiere que el FMI se centre más en prevención de crisis y se limiten los prestamos, y está proponiendo la adopción de cláusulas de acción colectiva que permitirían cambios en los términos y condiciones de los bonos con menos del 100% de la aprobación de los acreedores. Pese a que tradicionalmente el FMI ha funcionado como una institución multilateral de crédito para países en crisis, hay un coro de voces que sugiere que debe de abandonar su estatus como prestamista preferente y se debe convertir en un inversor más en procesos de reestructuración en países en crisis. Esta propuesta, sin embargo, lleva consigo el riesgo de que las decisiones del Fondo de prestar dinero a países en crisis puedan ser condicionadas por la probabilidad de éxito de los programas de reestructuración y que por tanto sólo se otorguen créditos a los países que se espera puedan devolverlos por completo.

El fracaso de algunos de los programas de ajuste y de las ayudas financieras proporcionadas por el Fondo le ha llevado a reconsiderar recetas como la liberalización del mercado de capitales y a promover un nuevo enfoque en que se reconoce la necesidad de centrarse en problemas como la pobreza. Sin embargo, pese a la negativa a considerar programas de corte keynesiano durante las recesiones, el Fondo todavía no ha encontrado alternativas a políticas presupuestarias que ayuden a los países a superar los ciclos. También se resiste a considerar políticas que faciliten realizar inversiones en obras públicas, infraestructura, educación, ciencia y tecnología, sanidad, desarrollo social, o las necesarias para reformar las empresas públicas y acometer reformas agrarias en países altamente endeudados y con baja recaudación tributaria que carecen de recursos propios y están sometidos a programas de disciplina fiscal. Brasil y Argentina firmaron recientemente el Consenso de Copacabana, en el que solicitan al FMI que no considere dichos gastos como corrientes, y que no estén sujetos a restricciones fiscales.

Por último, el FMI tendrá que seguir protegiendo celosamente su independencia para mantener la credibilidad de sus análisis y programas. La experiencia del caso argentino pone de relieve la dificultad que encuentra el Fondo en situaciones en que los accionistas mayoritarios insisten en primar las consideraciones políticas sobre las económicas.

La labor de Rato tratando de afrontar estos retos vendrá dificultada por la polémica sobre el método de su elección. Sin embargo, su trayectoria profesional y política le convierte en un candidato que rompe con el perfil tradicional de los directores del FMI: tecnócratas con un bajo perfil político. Su experiencia como ministro de Economía y las relaciones que ha establecido con los países miembros pueden facilitar su labor.

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