La oficina paisaje de Lamela
Va y viene de un lado a otro del estudio. El arquitecto y presidente ejecutivo Carlos Lamela no ocupa un sitio fijo en el estudio que fundó su padre, Antonio, hace más de medio siglo y que en la actualidad da empleo a un centenar de profesionales. En su mesa, bastante amplia, ya que es un modelo que hace años se utilizaba para trabajar sobre planos de urbanismo, sólo se le encuentra si tiene que atender la petición de algún cliente, entre los que se encuentra AENA, Renfe, Real Madrid, Loewe o la Fundación Reina Sofía. Con esta última institución están haciendo un complejo para enfermos de Alzheimer en Vallecas (Madrid).
El trabajo de este arquitecto madrileño, de 46 años, consiste en aunar, eso sí, sin perder la etiqueta de estudio de arquitectura con la que nació, la creatividad con la gestión empresarial. 'Además de los trabajos y de los proyectos hay que pagar nóminas, organizar, atender a los clientes, cobrar, con la peculiaridad, además, de que la arquitectura y el diseño es una labor de ida y vuelta, de pasos hacia delante y hacia atrás', explica Lamela, que reconoce que muchas veces el trabajo del arquitecto no ve sus frutos. Les ocurrió, por ejemplo, con la nueva sede del grupo Telefónica. Después de dos años de trabajo, la compañía cambió de presidente, se fue Juan Villalonga y entró César Alierta, y la maqueta de este equipo quedó arrinconada. Cuando sucede algo parecido, cuenta Lamela, 'te llevas un disgusto, pero se te pasa enseguida'. Son gajes del oficio. 'Cuando te presentas a muchos concursos, sabes que puedes perder. Hay que saber, como en el deporte, aceptar la derrota'.
Hasta la final, con 12 equipos más, ha llegado este estudio, entre 300 ofertas presentadas, en el concurso internacional de ideas convocado por el Banco Central Europeo para su nueva sede corporativa en Fráncfort (Alemania). De la mano del arquitecto británico Richard Rogers, el equipo de Lamela se ha encargado de la construcción de la nueva terminal del aeropuerto Madrid-Barajas, en la que se maneja una inversión de 1.000 millones y en la que se trabaja sobre una superficie de 1.200.000 metros cuadrados. 'Nos consideramos muy afortunados porque hacer la obra del aeropuerto es algo que a un estudio de arquitectura le ocurre una vez en la vida'.
'Cuando te presentas a concursos sabes que puedes perder. Hay que saber, como en el deporte, aceptar la derrota'
Uno de los proyectos que tiene en marcha y que más ilusión le hace a este arquitecto es la ampliación y reforma del estadio Santiago Bernabéu del Real Madrid. Por un motivo: es socio del equipo que dirige Florentino Pérez desde que era un niño. 'Es uno de los sueños que he cumplido, trabajar en ese campo'.
Y si algo le gusta, es trabajar al lado de los suyos. Sin tabiques de por medio. No tiene despacho. Su lugar de trabajo está en medio del estudio. No tiene privacidad. Asegura que tampoco la necesita. Cuando tiene que tratar algún asunto confidencial, lo hace en alguna de las salas de reuniones. Su mesa hace las veces de 'almacén de papeles'. Es política de esta empresa, que facturó el año pasado 11 millones de euros, no asignar mesas fijas a nadie de la plantilla. Trabajan por proyectos y los equipos se forman en función de la demanda. 'Es una empresa muy flexible y, al margen de la solvencia técnica que se presupone, lo que se exige al equipo es que se divierta con lo que hace'. Recomienda que nadie pierda la ilusión y el compromiso con el trabajo. 'Con esos dos ingredientes se llega lejos'. Habla por propia experiencia.
Carlos Lamela quiso ser arquitecto desde pequeño, pero, cuando acabó la carrera, no tenía nada claro que acabaría trabajando en el estudio de arquitectura de su padre. Nada más terminar la carrera se marchó a Italia y desde hace 13 años se ocupa de la gestión del estudio. Y eso que la palabra ejecutivo le sonaba mal al principio. Prefiere que le llamen gestor, a pesar de no haber recibido formación en administración de empresas. El secreto, asegura, está en escuchar a los demás y tener un gran sentido de autocrítica. 'Y en tener ganas'. Cuenta, por ejemplo, cómo a base de tesón y de dedicación ha conseguido dominar la lengua inglesa. Su segundo idioma era el francés, pero por motivos de trabajo no tuvo más remedio que aprender inglés.
La bata blanca, una seña de identidad
Es una tradición de hace 40 años. Su padre, Antonio Lamela, decidió poner uniforme a todos los empleados, incluido él mismo. Desde entonces, todo aquel que entra a trabajar en el Estudio Lamela, bien para un puesto técnico o para uno meramente administrativo, recibe con el contrato laboral una bata de color blanco. La razón, una cuestión de higiene.'Anteriormente, los arquitectos trabajaban con tinta y lápiz, y se manchaban la ropa, así que para evitarlo se adoptó esta medida'.Trabaja unas 11 horas al día y rodeado, además de maquetas, informes y planos, de la maqueta de un avión -tiene el título de piloto-, de diccionarios de inglés. Tiene una mascota, una figura de cartón piedra de Tintín.