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Sin ordenadores ni libros de texto

Josefina Aldecoa educa a sus niños, como ella les llama, en dos chalés de la madrileña colonia de El Viso. Las casas, llenas de luz, están algo anticuadas y son pequeñas.

Tan pequeñas que el Ministerio de Educación y Ciencia no permite impartir el ciclo de secundaria, pese al respaldo de los padres. 'Como si la educación fuera una cuestión de metros cuadrados', se queja.

Estilo es una empresa familiar porque Josefina es la única dueña, pero no sólo por eso. La cercanía en el trato forma parte de su proyecto educativo.

La escritora llega a su despacho a las nueve y media de la mañana. Sólo falta a la cita cuando sus quehaceres de novelista la reclaman en otra ciudad. A primera hora visita las clases de los mayores: habla con ellos y con la profesora de turno; después, a mediodía, se acerca al colegio de los pequeños. Unos y otros tienen las paredes empapeladas con sus trabajos de arte: dibujos en papel y murales en tela. De su paso por Inglaterra y Estados Unidos, hace ya muchos años, la pedagoga se trajo la convicción de que el color es un arma educativa valiosísima. En este colegio las manualidades no son una maría.

En Estilo el aprendizaje se realiza básicamente con fichas y apuntes. Y sin ordenadores. '¿Para que le sirve a un niño Internet? Busca África y encuentra 200 referencias. Eso sólo le perturba', se justifica.

Sólo a partir de quinto curso se utilizan libros de texto en algunas materias. Arte y teatro son asignaturas obligatorias y aunque éste es un colegio laico, nadie se gradúa sin haber estudiado durante dos años la historia de las religiones.

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