La hora más intensa de un §broker§
Bud Fox, un ambicioso agente de Bolsa de Nueva York, entra a primera hora de la mañana en las oficinas del banco de inversión Jackson Steiner. Megáfono en mano, el director de ventas arenga a sus brokers con las consignas del día. Suena la campana que avisa de la apertura del mercado y se desata la locura. Los teléfonos echan humo y los intermediarios comienzan a realizar gestos con sus manos de forma espasmódica. Esta escena, que pertenece a la película Wall Street, dirigida por Oliver Stone en 1987, no tiene mucho que ver sin embargo con lo que sucede hoy en las oficinas de las sociedades de Bolsa.
El dinero ya no hace ruido. Lejos de estereotipos y leyendas, el silencio se impone en la sala donde los intermediarios negocian muchos miles de euros en el tramo decisivo de la sesión, que va desde las 16.30 hasta las 17.35 horas. Las nuevas tecnologías han reducido significativamente las llamadas de los clientes. 'El 70% de las operaciones se realiza ahora a través de Internet', explica Manuel Muñoz, director de carteras de Renta 4. 'Hace unos años el ajetreo era mayor', reconoce. A pesar de perder esa tradición, el trabajo de los agentes conserva algunos rasgos de cómo era su actividad en los años más románticos.
Muñoz es el responsable de una de las áreas en las que se divide la sala de Renta 4. Divisas, Bolsas internacionales y mercado continuo son otros de los departamentos. Al frente de este último, en el que el broker recibe las órdenes de los clientes por teléfono (en la gestión de carteras la independencia del gestor es total), se encuentra Carlos Colomina.
El diálogo entre 'broker' y cliente es frío, casi automático. Las conversaciones quedan grabadas digitalmente como prueba ante reclamaciones
Vestido con unos tirantes rojos al más puro estilo Wall Street, Colomina tiene delante cuatro pantallas a las que no quita ojo. La situada a la derecha es la más activa y recoge los tickers (códigos de identificación) de los valores. Tres colores tiñen la pantalla. 'El azul señala que el valor se está negociando', explica. 'Si se pone en verde indica que el precio que se ha ejecutado es superior al anterior o que ese valor está en positivo en la sesión. En rojo significa que el precio que se ha cruzado es inferior o que las acciones caen en el día'. Nervios templados y agilidad mental son algunas de las claves de este trabajo.
Suena el teléfono. '¿Sí?', pregunta Colomina, que habla en voz baja y con la mano delante de la boca para salvaguardar la confidencialidad de la conversación. El cliente se identifica dando su nombre y su número de cuenta y a continuación le transmite su orden. Colomina introduce la petición en el ordenador que tiene a su izquierda. 'Ya las tiene', contesta y se despide. Este ritmo automático y frío se repite llamada tras llamada. Todas las conversaciones quedan grabadas digitalmente. Es la única prueba que tienen en caso de reclamación por una operación mal ejecutada.
La actividad en la sala va in crescendo a medida que se acerca la subasta de cierre. A las 17.30 horas la pantalla donde se ven los tickers se pone por completo de color naranja. La subasta ha comenzado. El ordenador que tiene Colomina en el centro, que actúa como filtro para operaciones erróneas por Internet (normalmente al teclear mal los precios) o no autorizadas (no se permite operar más allá de un porcentaje del patrimonio ni invertir al descubierto) empieza a emitir sonidos parecidos a los de una máquina tragaperras cuando anuncia un premio. Varios clientes que operan con warrants han introducido órdenes después de las 17.30 horas y en este mercado no hay subasta. Colomina examina los errores y los invalida.
Son las 17.35 horas y las pantallas se ponen en gris. La sesión ha terminado pero los intermediarios aún tienen que contabilizar las operaciones que han hecho durante ese día. A partir de ese momento y hasta que el parqué vuelva a abrir al día siguiente un recolector automático de órdenes será el único encargado de recoger los mandatos.
Con el mercado cerrado, Colomina se concede un instante de reposo. Al reclinarse sobre su asiento se puede ver que detrás de todos los aparatos tecnológicos que le rodean hay un cartel escrito a mano, a modo de recordatorio, con un código. Su función es alertar sobre un aspecto que seguro escapa a todos los filtros informáticos que se puedan instalar: 'Aceptar sólo las órdenes de la titular (¡el marido no está autorizado!)'.
Precaución durante los periodos de subasta
Una sesión bursátil se compone de tres fases. El día para los intermediarios comienza con la subasta de apertura, en la que el libro de órdenes es parcialmente visible, es decir, sólo se muestra el precio de equilibrio de la subasta así como los volúmenes de compra y venta susceptibles de ser negociados a dicho precio y el número de órdenes asociadas a esos volúmenes.Durante este periodo, que dura media hora y tiene un cierre aleatorio de 30 segundos para evitar manipulaciones de precios, los agentes pueden introducir, modificar o cancelar órdenes, pero, en ningún caso, se ejecutan negociaciones. Tras el cierre aleatorio se produce la asignación de acciones en la cual se negocian los títulos susceptibles de ser ejecutados al precio de equilibrio fijado en la subasta.Tras la asignación, los miembros reciben información de la ejecución total o parcial de sus órdenes. Se comunica el precio de apertura, el volumen negociado y la identidad de los miembros contratantes. A partir de ese momento comienza la fase de mercado abierto, en la que el libro de órdenes es público (está identificado el código del miembro comprador y del vendedor).La sesión finaliza con una subasta de cinco minutos, con las mismas características que la subasta de apertura. El precio resultante de esta subasta es el precio de cierre. 'En las subastas hay que tener cautela porque no se ve la profundidad del mercado', advierte Carlos Colomina, broker de Renta 4.