Se vende, se alquila y otras alternativas
En las fachadas de numerosos edificios de Madrid resaltan con colores chillones, generalmente naranjas y amarillos, los reclamos de pisos en venta y alquiler. Cuentan que en determinados lugares de la costa, la plaga de rótulos es similar. Es, en cualquier caso, un efecto óptico y sociológico singular porque los carteles que anuncian la mercancía conviven con grúas mastodónticas que o bien construyen nuevos edificios o bien los rehabilitan, siempre a la búsqueda de postores interesados.
Alguien ha dicho que la convivencia de carteles anunciadores de ventas y alquileres de inmuebles con grúas que miran por encima del hombro, como si la fiesta no fuera con ellas, constituye parte de la esencia histórica del país en ese culto ancestral al ladrillo en propiedad gracias al disparate, para otros simple ocurrencia, que eliminó los alquileres, como concepto, en España por los siglos de los siglos. O lo que es lo mismo, resulta mejor comprar que alquilar, al parecer.
No se trata de contestar desde aquí el ritual de unos y otros por hacerse con una, dos, tres o cuatro viviendas en propiedad ni de juzgar decisiones, olvidos o desmanes políticos. Sucede que el fenómeno de marras es muy parecido a lo que sucedió a principio de los ochenta. Por aquel entonces, la Bolsa española arrastraba 12 años de penuria. El inversor final no existía y el Banco de España acudía raudo a atender las ventas desordenadas de muchas instituciones que necesitan liquidez para no agonizar.
A medida que avanzaba esa década, ya con los socialistas en el poder, la construcción se animó y con ella la especulación inmobiliaria. En la Bolsa española surgió, al mismo tiempo, un fenómeno desconocido: la inversión extranjera irrumpía con fuerza y los nacionales los llamaban locos.
En 1986 el índice general de la Bolsa de Madrid registró una subida del 100%. Meses antes ya habían aparecido en las fachadas carteles de se vende o alquila piso. ¡Qué locura de inversión extranjera! ¿O fueron los nacionales? Sucedió entonces lo inevitable, el trasvase de fondos de un mercado a otro. Cuestión de precios y de valoraciones.
Se cuenta ahora en los foros que apuestan por la Bolsa que la locura inmobiliaria no tiene precedentes, aunque quizá tenga los mismos de aquellos años, y que es irremediable el trasvase renovado de fondos. Los inversores en inmuebles niegan la mayor, no hay otro remedio. Mientras, la Bolsa suma posiciones. La otra gran alternativa, la de los bonos, flaquea, porque con economías alcistas, los tipos buscan niveles mayores. Cuestión, por tanto, de alternativas.