Escasez pictórica en Rumbo
Ni globo terráqueo ni mapa del mundo. El director general de Rumbo sólo tiene colgados en su despacho dos lienzos. En realidad, lo único memorable de esta oficina con vistas al interminable atasco de la carretera de A Coruña. 'No hay dinero para más', se excusa Martos, sin que parezca preocuparle un ápice el lugar y el ruido.
Los cuadros cuelgan desnudos sobre el bastidor. El más pequeño, ocre y violeta, lo pintó hace 15 años un hermano como regalo de bodas. Es un homenaje al olivar andaluz, de donde es oriunda la familia. El otro, una hermosa obra de Inocente Aguilera, dibuja con trazos gruesos y abstractos, un perfil de París reflejado en el Sena. Martos lo compró hace unos años, al poco tiempo de llegar a Madrid. Los cuadros no tienen marco porque así lo quiso su dueño. 'La pintura debe defenderse sola ante las críticas', afirma este ejecutivo. Toda una declaración de intenciones.
El director general de Rumbo pasa más de diez horas diarias en la oficina, pero su despacho es cualquier cosa menos acogedor. Es más, al entrar uno tendría ganas de marcharse si no fuera por la afabilidad del hombre que nos recibe al otro lado de la mesa de trabajo. Su cordialidad hace olvidar incluso el poso amargo del café de máquina que nos ofrece su secretaria.
'Yo no estoy aquí para hacer feliz a nadie; mi obligación es dar una oportunidad a quien lo desea y lo merece'
Como sus cuadros, este ejecutivo no necesita adornos para defender su gestión. 'Con un ordenador y espacio me basta. Tener espacio es todo un lujo para mí', asegura.
Su mesa de trabajo apena acumula papeles y aparte del ordenador sólo acoge las fotografías de sus tres hijos, una calculadora personal y a Curro, la famosa mascota de la Expo. El recuerdo de su esposa también está presente, pero curiosamente su retrato reposa solo en una mesa auxiliar.
Campechano de trato, Martos no es un obseso de su imagen ni políticamente correcto. Muestra cierta despreocupación por la actualidad que nos rodea y se niega a representar el papel de gestor modelo. 'No me gusta tomar copas con mis subordinados', afirma provocativo.
Tiene fama de director exigentísimo y lo sabe. Buena parte de la charla la dedica a defenderse de las críticas que llegan del otro lado de la puerta. 'Lo reconozco, en esta empresa no hay término medio. Yo soy muy exigente y considero que si alguien no cumple no debe estar en esta compañía. Yo no estoy aquí para hacer feliz a nadie'.
Hijo de una familia acomodada de Córdoba, los Martos, nueve hermanos, siempre trabajaron mientras estudiaban -Ignacio cursó Derecho en la Universidad de Sevilla- para pagarse los caprichos. Este Martos empezó muy pronto, a los 14 años ya se intentaba ganar la vida.
De vuelta a su gestión, el director general de Rumbo defiende que cada trabajador 'lleve el volante de su carrera profesional. Lo contrario es tanto como poner tu vida en manos de un tercero'. Es la metáfora preferida de un gran viajero. Las responsabilidades familiares le han obligado a postergar su amor por el desierto, pero compensa ese espíritu nómada con numerosos viajes de empresa. Su cargo directivo le obliga a subir y bajar de los aviones durante toda la semana. Unos días está en Europa, otros en Suramérica. Nunca tiene pereza, se divierte trabajando.
Cuando él está fuera nadie toma el mando de la compañía. 'Todos los empleados saben lo que tienen que hacer', dice. No en vano, Martos ha dedicado muchas horas a organizar los recursos humanos de la empresa que dirige. 'Cada departamento y cada trabajador debe asumir responsabilidades. Es más, creo que el que tiene mayor responsabilidad es el que está en contacto con el cliente. Sabiendo, eso sí, que tiene el respaldo de su director general, que para eso es el que más gana', argumenta. La ajustada plantilla de la agencia de viajes se compone de 60 empleados, con una media de edad en la organización de 30 años.
Martos cree firmemente en la promoción interna de los profesionales de la compañía. De hecho, su equipo de confianza lo forman media docena de ejecutivos y todos, excepto uno, es gente salida de la cantera de Rumbo. Ellos, los trabajadores, serán los que mantengan la compañía cuando el viajero se vaya, 'porque la ausencia del director general nunca debe provocar una quiebra'.
La aventura de capitanear una empresa
Ignacio Martos dio el salto al sector turístico a finales de los años ochenta. Una industria donde se mueve como pez en el agua. Su espíritu aventurero tuvo y tiene mucho que ver con su salida de la empresa de confección Mayoral y con el placer que encuentra trabajando en esta compañía, Rumbo, a la que llegó desde Barceló.El Curro de la Expo se lo recuerda todos los días: 'El 92 fue un año memorable para nuestra industria y para España'.Su vida familiar le ha obligado a posponer momentáneamente los viajes con mayúsculas, y él, que es un trotamundos y ha recorrido Argelia y ha atravesado cuatro veces en moto el Sahara, ahora se limita a esquiar un par de semanas al año en Sierra Nevada.Pero las travesías no han abandonado su cabeza y aunque entiende que dirigir esta compañía también es una aventura, sueña con una jubilación lejos. Tiene el firme propósito de llegar joven a viejo.