Sensibilidad y delicadeza en Vasari
Mari Carmen Barbero diseña sus joyas en un espacio reducido, pero armonioso
Desprende espiritualidad. Mari Carmen Barbero, diseñadora de la joyería Vasari, es una persona muy particular, que transmite mucha calma. Nacida en Barcelona, no aparenta los 55 años que tiene. En su exquisito vocabulario están presentes palabras como sutil, delicada o sublime. No en vano se dedica al arte de diseñar joyas. Desde pequeña tuvo claro que quería dedicarse al mundo del arte. Y comenzó a estudiar artes aplicadas en la escuela Massana de Barcelona, donde se especializó en pintura y procedimientos murales. Trabajó en proyectos de mosaicos, vidrieras y frescas, pero su verdadera vocación era otra. Recuerda que cuando era una niña se entretenía con su madre en los escaparates de las joyerías de la ciudad. Y empezó a fantasear con las gemas y las gamas cromáticas.
Hasta que hace veinte años le llegó la oportunidad de dar rienda suelta a su imaginación de la mano de Carlos Enseñat y María Reig, fundadores de las joyerías Vasari. Detrás de una joya hay muchas horas de trabajo, de ensayos con colores, combinaciones de metales y piedras. Según Barbero, en el diseño de una joya confluyen el arte de saber trabajar los materiales, el color, la luz y la estética con el fin de crear piezas únicas y atemporales, que 'trascienden el hecho de ser simples adornos para decirnos mucho más de la persona que las elige y las lleva'. Trabaja en un pequeño despacho, situado en la parte superior de la central de Vasari en Barcelona. Su mesa parece un bazar: está repleta de pinceles, tubos de pintura, lápices, papeles amontonados de diferentes colores y texturas, muestrarios de gemas, trozos de cuero y bocetos. No es maniática del orden, sino todo lo contrario, 'así lo tengo todo más a mano'. Dice que lo único que necesita para poder trabajar es tiempo para desarrollar su intuición. 'Para poder hacer bien mi trabajo necesito de estímulos externos, como observar la naturaleza o las personas que pasean por la calle', explica Barbero.
Trabaja sobre un atril, que tiene colocado encima de su mesa, siete horas al día, pero asegura que jamás desconecta. 'Me gusta mi trabajo, es mi vida. Vivo la vida a través de la plástica'. Pero no todo lo que pasa por su mente se plasma después en una joya. 'Es imposible plasmar todo lo que pasa por mi mente. Afortunadamente tengo los pies en el suelo y lo que pretendo con mis diseños es ofrecer un concepto funcional a la vez que creativo', señala. No tiene ordenador ni lo echa de menos. 'Me podría servir, pero mi trabajo es más artesanal'. A ella lo que le va es dibujar en papel, moldear con plastilina.
Apilados en rincones tiene libros de arte, de mariposas, de peces y acuarios, de joyas, de art decó. En la puerta del despacho tiene un dibujo con un corazón partido. No es que ella lo tenga así. Es un aviso al visitante. 'Es un toque de atención para quien venga con ánimos extraños, para que nadie venga con malas intenciones. Este es un espacio de trabajo agradable, con buenas vibraciones'. De hecho, lleva 20 años trabajando en la misma empresa y asegura que no ha pensado en cambiar. El secreto, dice, está en el aguante mutuo. 'Ha sido un intercambio de conocimiento y de experiencias por ambas partes'. Reconoce que muchas veces no es fácil que la creatividad vaya unida a lo que demandan las empresas, pero en su caso la suerte la ha acompañado. 'Trabajo en una firma que ha apostado por la creatividad, la calidad y también la originalidad', explica Barbero. Define a sus clientes como originales, transgresores, que buscan en la joyería algo más que un complemento estético y 'comunican un estado de ánimo'. El equilibrio perfecto asegura que lo encuentra cada fin de semana alejada de la ciudad, en una masía en el campo rodeada de la naturaleza y de sus perros y caballos.
Disfruta cocinando, compartiendo sabores y aromas. Prefiere los platos que son fruto de la fusión y de la influencia de otras culturas. 'La cocina es tan importante para entender la identidad de un pueblo como el hecho de conocer sus obras de arte'.
Lleva trabajando 20 años en la misma empresa. El secreto está, según reconoce, en el aguante mutuo
Una medusa, fuente de inspiración
Está convencida de que las joyas son un lenguaje, un 'verdadero talismán, un objeto fetiche deseado más allá del tiempo y de las modas'. Cree, además, que cada persona tiene su joya. Sólo hace falta encontrarla. Ella tiene la suya: un anillo de oro blanco y amarillo que lleva en el dedo desde hace dos décadas.Pero quizá la obra más preciada de Mari Carmen, así lo reconoce, es un atrevido anillo con forma de medusa. 'La naturaleza es mi fuente de inspiración y la medusa me parece de una enorme belleza. Es delicada, tiene fuerza', explica mientras deposita uno de los modelos sobre un pequeño espejo vintage plateado donde la diseñadora observa los modelos o maquetas. Con la ayuda del espejo comprueba el efecto o los defectos a pulir de sus joyas. Asegura ser muy perfeccionista.Ahora le ronda la idea de convertir en un brazalete una hoja de roble que encontró un día en el campo. El primer paso está dado: ha fotocopiado la hoja y ahora está esculpiendo los nervios sobre una lámina de cuero.