Sin ninguna atadura en Nintendo
Luciano Pereña guarda en su despacho una fotografía en la que muestra su pericia como golfista. O al menos eso es lo que cree el visitante. Porque el hombre aupado hasta la cima de la gloria deportiva que recoge la instantánea no es Luciano Pereña, sino José María Olazábal, uno de nuestros campeones nacionales. Pero al director general de Nintendo le gusta el equívoco: sentirse en la piel de otro, soñar con las hazañas de los mejores, sea Olazábal o Maqroll el Gaviero, el tribulado personaje de Álvaro Mutis. En fin, paladear la aventura.
No es la primera vez que este ejecutivo cambia el rumbo de la travesía, y a buen seguro que no será la última: ingeniero de caminos durante sus primeros escarceos profesionales, el director general ha pasado toda la década de los noventa formándose como financiero, primero en Just in Time, una empresa textil, y desde 1994 en la compañía que hoy dirige, donde antes de tomar las riendas fue responsable de su departamento económico. 'Un buen gestor debe aprender a navegar entre las industrias', afirma con contundencia, tras recordar a su interlocutor que el suyo es uno de los sectores más versátiles, donde se dan la mano la tecnología, la comunicación y el entretenimiento.
Su fulgurante carrera profesional -fue nombrado primer ejecutivo con tan sólo 32 años- le ha llevado de un despacho a otro. æpermil;ste que hoy ocupa es el tercero: 20 metros cuadrados donde no hay ni rastro de la vida privada de un hombre que llegó al cargo precedido por la desgracia y con la siempre incómoda obligación de comunicar la baja a muchos de sus hasta entonces compañeros.
El ascenso de Pereña coincidió con el fallecimiento de su antecesor y amigo, Andrew Bagney, que murió en 1996 a la temprana edad de 41 años, cuando apuraba los últimos días del verano, y nada más ocupar su nuevo despacho tuvo que afrontar una reestructuración de plantilla y el despido de 25 empleados.
'Un día estás y otro día no estás', afirma caviloso, incómodo sin duda por los recuerdos de aquellos primeros años; después saca del bolsillo una vieja Hewlett-Packard 12C y una clásica Mont Blanc, únicos atributos de su cargo de directivo. 'Con esto estoy servido', apostilla. Arropado por una sobria indumentaria, muy del gusto de sus superiores japoneses, este directivo llega a la oficina antes de las ocho y media de la mañana y trabaja doce horas sin descanso. Hombre de costumbres metódicas, no deja pasar la jornada sin revisar los numerosos informes de gestión que su secretaria coloca diariamente en su mesa, hablar telefónicamente con Japón o con Alemania para dar cuenta de cómo va el negocio y reunir al núcleo estable de su equipo: el director de marketing, el director de ventas y el director financiero. Ninguna mujer al frente de un departamento estratégico.
Pereña tuvo en 1996 un golpe de suerte: su japonés (hay uno en cada filial internacional) se dio de baja por enfermedad y nunca más volvió. Sin duda, una muestra de confianza por parte de los superiores. A falta de manuales y sin conocer una palabra del idioma, este joven ejecutivo ha recurrido a la intuición -una cualidad que asegura no poseer- para ganarse la confianza de la dirección, allá en Extremo Oriente.
Con el tiempo y una conversación diaria, Pereña ha descubierto que para un japonés no existe la palabra 'no' y que tomar decisiones lleva su tiempo.
La transparencia es sello de la casa -la traición o el encubrimiento es motivo más que suficiente para retirar la confianza en un subordinado- y las normas son de forzoso cumplimiento, lo que obliga a ser extremadamente conservador con la planificación financiera. 'Son absolutamente escrupulosos en el cumplimiento de la legislación española', asegura este gestor.
El director de Nintendo, melómano empedernido, reconoce que le gusta controlar hasta el más mínimo de los detalles. Se nota. De su boca no sale una palabra más alta que otra y se aferra con ahínco a los más elementales principios del management: vocación, flexibilidad, disponibilidad y entusiasmo son palabras que pronuncia sin titubear. Pero, después de una charla que dura ya más de dos horas, uno descubre que este ingeniero de caminos no se encuentra cómodo en su historia personal.
Atrapado por las responsabilidades del cargo -'estas cosas nunca se hacen por dinero o por poder', asegura- y por la inercia del día a día, reconoce con pesar que ve poco a sus tres hijos y que sólo toma dos semanas de vacaciones al año. Compensa su disponibilidad absoluta durante la semana laboral, apagando el móvil y el ordenador el sábado y el domingo. 'Nunca me llevo trabajo a casa', se justifica.
El acicate de arrebatar la antorcha a Sony
Luciano Pereña no es un forofo de los videojuegos -prefiere un buen libro a una partida de ordenador-, pero defiende sin titubeos la función lúdica del producto que distribuye en España y que permite a la compañía comercializar en forma de peluches a sus principales protagonistas, Supermario y el mono Donkey Kong, entre otros. Un negocio añadido.Trabajar en Nintendo es, además, todo un reto desde el punto de vista gerencial. No es fácil competir con el todopoderoso Sony, el fabricante de la conocidísima Play Station; pero ahí está el acicate del ejecutivo: arañar mes a mes cuota de mercado al competidor directo. En cualquier caso, este fabricante también tiene su parte del pastel: es el número uno en la venta de consolas portátiles, la famosa Game Boy.