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Las mesas de contratación están de buenas, pero aburridas. 2003 va a dejar un balance positivo tras tres ejercicios de crisis, y el futuro pinta bien. Pero los mercados han pasado octubre planos y sin dinero, porque el volumen de negociación ha caído de la mano del interés que suscitan las Bolsas.
Lo malo de ponerse metas a corto plazo y de relativamente fácil consecución es que se suelen cumplir. Y hay que tener cuidado con lo que se desea, porque puede llegar a hacerse realidad. Las Bolsas han rebotado, la economía estadounidense crece al 7,2% y se ha registrado un fuerte rebote de los resultados empresariales. Y ahora, qué.
La crisis ha sido demasiado dura. La Bolsa no suele caracterizarse por su visión de largo plazo, pero de un tiempo a esta parte los inversores sólo pensaban obsesionados, y con razón, en salir de la crisis. Más preocupados por dejar el fondo del pozo negro en el que se encontraban que por salir definitivamente de él. Han empezado a asomar la cabeza, pero no saben por dónde apoyarse para salir del todo.
Probablemente sea la única manera de caminar hacia adelante, pues un agravamiento de la crisis, en vez de purgar los desequilibrios, podría haber provocado una recesión demasiado dura. Si la mejora actual, rápida pero desequilibrada, ha merecido la pena no se verá hasta 2004 y 2005. Son estas mismas dudas las que cortan las alas a los mercados y les dejan esa sensación de triunfo a medias.
La lista es larga, y no se trata sólo de que la economía crezca sin crear empleo -un hecho que, siendo negativo, se suele vender como productividad-, sino el déficit comercial, el presupuestario, el endeudamiento privado y el exceso de capacidad productiva.
Es más, la aparente incoherencia de Greenspan el viernes pierde aún más sentido si se tiene en cuenta el dato de PIB. No sube los tipos porque no tiene claro que la economía esté repuntando en serio. Cree necesario mantenerlos en mínimos, pero tampoco explica a las claras por qué lo hace.
Apela a la deflación como un peligro genérico, sin concretar, con el mismo discurso de hace varios meses. Pero lo hace consciente de que la economía ha crecido al 7,2% y que, con estos datos en la mano, el peligro no puede ser la deflación en sí, sino una serie de desequilibrios que pueden desembocar en una caída de los precios. Pero considera mejor no atemorizar al mercado, pues puede verse salpicado por el mecanismo, tantas veces visto, de la profecía autocumplida. Y en ésas vive el mercado. Está bien, pero no sabe si viene o si va.