Encallados en los 7.000 puntos
Ya ocurrió en el verano. La Bolsa española se pasó casi dos meses sin oscilar más de un 4% arriba o abajo, con un volumen de negociación bajo mínimos. No extraña, así, que los inversores tengan ahora una ligera sensación de déjà vu. El Ibex 35 ha vuelto a encallar, esta vez en la zona que ronda los 7.000 puntos, y no se atisban argumentos que justifiquen un cambio de agujas.
Esto es así porque la temporada de resultados empresariales en Estados Unidos -que registra estas semanas la mayor densidad en presentaciones de cuentas- no ha sido capaz de mover el mercado ni aun cuando la mayor parte de las compañías han batido las expectativas de los analistas. Tanto, que si a principios de mes se calculaba un crecimiento de los resultados ligeramente inferior al 15% para las empresas que forman parte del Standard & Poor's 500, ahora las mismas agencias que calculan estas previsiones arrojan cifras del 20%.
La economía estadounidense, por otra parte, da señales de fortaleza, pese a decepciones como el índice de indicadores adelantados presentado el lunes. Pero los mercados no se dan por aludidos. Observan estas cifras con la suficiencia de quien ya sabía lo que iba a ocurrir. El 51% que ha subido desde los mínimos de marzo refleja estas previsiones. Con estas cifras ocurre lo mismo que con a los soldados: se les supone, ya sea el valor o la fortaleza.
Lo que se compra y vende en la Bolsa no son, pese a las apariencias, papelitos, participaciones de empresa o acciones que no se ven. Son expectativas. Durante los últimos seis meses se han comprado expectativas de forma febril, y ahora los comerciales del sector, encargados de que los inversores se convenzan de lo buenas que son las perspectivas económicas, no encuentran argumentos para continuar su trabajo.
De momento la realidad ha respondido, dentro de un orden, a sus deseos. Así, hace unos meses se acuñó la expresión burbuja de expectativas para señalar la revalorización de activos que se había producido basándose solamente en unas expectativas que, esta vez sí, terminaron siendo racionales.
Lo malo de estas situaciones es que, aunque al principio pintan de maravilla, cuando llega la hora de valorar hasta qué punto se han cumplido las buenas expectativas, no queda nada por ganar y, por el contrario, se puede perder todo.
Esta vez ha habido suerte. Los datos son buenos y, en consecuencia, la Bolsa no va a bajar. Pero sin nuevos estímulos tampoco va a subir, porque los precios actuales, nada baratos según la experiencia histórica, ya reflejan las buenas noticias.