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Viajes

Pilatos en el lago de los cisnes

El festival de Lucerna es uno de los favoritos para amantes de lo clásico. Y todo en un paisaje grandioso, presidido por la mole nevada del Pilatus

Está posada, como un cisne, en un recodo del lago de los Cuatro Cantones, el más retorcido y laberíntico de los lagos suizos, y uno de los mayores. Lucerna parece un pueblecito más del lago. Pero es toda una gran ciudad. No hay que dejarse engañar por sus embarcaderos de juguete, sus cisnes pingües de cuento infantil, su río tranquilo, sus casitas medievales pintadas de colores alegres, sus fachadas y balcones barrocos sofocados de geranios. Es toda una señora ciudad. Todo funciona. Posee una docena de excelentes museos, entre ellos una soberbia colección de picassos, y el mejor museo de transportes del mundo. El llamado Jardín de los Glaciares cuenta la aventura alpina con pelos y detalles. La tienda Bucherer, en la Plaza de los Cisnes, es el mayor punto de venta de relojes en el planeta.

Y en verano tiene, sobre todo, uno de los festivales de música más codiciados por melómanos que están para pocos sustos. Es de corte clásico, de acuerdo, pero el nuevo director invitado, Claudio Abbado, promete unas pizcas de pimienta. En esta 65ª edición del festival, del 14 de agosto al 20 de septiembre, el programa abunda en páginas de Bach (como siempre), Schubert y Beethoven, pero habrá también algo de Wagner o de Mahler (concretamente, la Segunda de Mahler, en la que Abbado es un especialista). Wagner no puede faltar ningún año, porque su fantasma no lo permitiría: el músico vivió entre 1866 y 1872 en una villa junto al lago, a las afueras de la ciudad; algo tan plácido y traslúcido como el Idilio de Sigfrido sólo pudo componerse allí. También trabajó en Los Maestros Cantores, o en el Crepúsculo..., y tuvo como huésped al cascarrabias de Nietzsche. La villa es ahora museo, allí está la partitura original del Idilio.

El Wagner idílico es la mejor música de fondo para pasear por uno de los símbolos de Lucerna: el célebre Puente de la Capilla y la Torre del Agua. Este puente medieval, de madera y cubierto, franqueando la embocadura del Reuss, ardió con todas las graciosas pinturas que guardaba en su interior hace unos años, pero fue rápidamente rehecho, apenas se nota el cambio. Asomarse al pretil y echar miguitas a los cisnes (cebados y pomposos como borregos), con la imagen del Pilatus nevado al fondo, puede rozar los límites tolerables de lo kitsch.

Lucerna no es sólo meta de melómanos estivales. También lo es de comilones, sin temporada fija

¿Qué pinta Pilatos en Suiza? Cuenta la leyenda que Pilatos fue enterrado en Roma, naturalmente; pero el Tíber se enfurecía y anegaba la ciudad santa con sus riadas. Pensaron los cristianos que era culpa del pretor cobarde, que se había lavado las manos en el caso Jesús, así que llevaron su tumba a otro lugar. También en aquel punto se sucedían las desdichas, así que fueron con la tumba de un lado para otro. Hasta llegar a Lucerna; pero tampoco aquí las crecidas e inundaciones se hicieron esperar, así que cargaron nuevamente con los restos malditos y los subieron al monte más empinado, el que se llama ahora, precisamente, Pilatus y sirve de tela de fondo a la ciudad. Se puede subir allí en el tren más inclinado del mundo: ¡48% de desnivel!

Lucerna no es sólo meta de melómanos estivales. También lo es de comilones, sin temporada fija. Los restaurantes vernáculos son objeto de preciosos intercambios en las agendas gourmets, y en las escuelas de hostelería de la ciudad aprenden milagros los chefs más ambiciosos del futuro.

Además de estos placeres, Lucerna es buen punto de partida para una de las rutas más queridas de todos los suizos: el llamado 'Camino Suizo'. Un sendero de 35 kilómetros que va orillando el lago Uri (una bolsa del de los Cuatro Cantones) y que es un caso curioso de multipropiedad: cada ciudadano helvético es propietario legal de cinco milímetros de sendero.

Este camino recorre dos mitos fundacionales: las huellas de Guillermo Tell (todo un símbolo de la libertad de los suizos) y la creación de la propia Confederación Helvética, a partir del apretón de puños de los emisarios de tres cantones, Uri, Schwyz y Unterwalden. El juramento tuvo lugar en la pradera de Grütli, a unos metros del lago y a vista de pájaro de Altdorf, el pueblo de Guillermo Tell. Pero todo esto es ya otro cantar.

Localización

Cómo ir. Swiss (901 116712) tiene cinco vuelos diarios (tres de ellos compartidos con Iberia) desde Madrid a Zúrich, a partir de 403 euros más tasas. En el propio aeropuerto de Zúrich se puede tomar un tren a Lucerna, pues circulan con gran frecuencia (es aconsejable utilizar el Swiss Pass, válido para trenes, barcos, autocares e incluso tranvías por toda Suiza sin limitación de trayectos; se expende para 4, 8, 15 o 30 días).Música Juntos (902 198 336) organiza viajes con entrada a algunos de los conciertos del festival, a partir de 1.300 euros, según el espectáculo y el hotel que se elija (Schweizerhof, cinco estrellas, o Hotel des Balances, cuatro estrellas).Alojamiento. Zum Rebstock (St. Lleodegarstrasse, 3, 041 4103581), un precioso edificio con seis siglos de historia, lleno en su interior de buenas pinturas coleccionadas por la propietaria. Estupendo el bufé desayuno. Baslertor (Pfistergasse 17, 041 2400918), local muy acogedor con piscina y un buen restaurante. Park Hotel Weggis (Hertensteinstrasse 34, 041 3920505), dos casonas con balcones y torretas, asomadas al lago, en un parque frondoso y con playa propia, tres restaurantes y vinoteca. Algo alejado del centro, pero espectacular el emplazamiento.Comer. Un lugar para sibaritas: el restaurante del hotel Montana, donde funciona una escuela de hostelería (Adligenswilerstrasse 22, 041 516565). En Flüelen, en plena ruta 'Guillermo Tell', la Hostellerie Sternen ofrece una magnífica cocina de platos regionales (044 21835).

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