US Open con otro estilo
Sergio García afronta la competición en pleno proceso de cambio de su criticado 'swing'
Hace un año Sergio García y Tiger Woods, el príncipe y el rey, disputaban juntos la última vuelta del US Open. Fue una semana difícil en la que el castellonense tuvo que soportar todo tipo de afrentas de los aficionados neoyorquinos. Pese a ello García se sobrepuso. Lo tenía todo en sus manos para acabar segundo, pero cayó hasta el cuarto lugar. Tiger, el ganador, fue el único que terminó bajo par.
Era la primera vez que Sergio sentía que el público no estaba con él. Llegó al torneo con algunas dudas. Su movimiento repetitivo sobre la empuñadura del palo antes de iniciar el swing, los temibles waggles, eran motivo de jolgorio entre los aficionados que los contabilizaban a voz en grito desde fuera de las cuerdas: ¡One, two, three...! hasta llegar a veintitantos. Era difícil concentrarse, pero García lo consiguió para llegar al último día con opciones.
El griterío que se generaba a su alrededor le obligó a abandonar su stance delante de la bola en más de una ocasión. Incluso liberó presión dedicando algún gesto obsceno al público. En Nueva York, donde vivían el primer gran acontecimiento deportivo después del 11-S, se sumaron a la fiesta y Sergio terminó por ser el blanco de todas las mofas.
Este año, en el Olympia Fields de Chicago, la situación es totalmente opuesta. Sobre este recorrido, García ha notado cómo la estrella mediática que le acompaña se apaga. Sin la presencia de la tenista suiza Martina Hingis, que fue su compañera hasta el pasado septiembre, con la mirada atenta de su padre, artífice de su juego y con el que trabaja para reorientar su nuevo swing, Sergio no ha sido llamado para participar en las ruedas de prensa que ofrecen los golfistas más destacados del momento, los que pueden ganar o sobre los que existe un interés informativo. Es la primera vez que no acude a la cita desde que es profesional. De repente, ha descubierto que no está considerado entre los grandes.
Antes del US Open de 2002, Sergio había conseguido una victoria en el circuito estadounidense, donde sumaba 1.540.552 dólares en premios y otra en el circuito europeo. Ahora no. No ha ganado ni en Europa ni América, sus ganancias son de 166.621 dólares. Ha tomado parte en once torneos y ha fallado el corte en seis. Es como si no jugara el mismo deporte que la temporada anterior.
La explicación hay que buscarla en el swing. Su movimiento ha cambiado. Sergio intenta eliminar su impulso de brazos, anticipando codos en el descenso del palo en su ataque a la bola, para afianzar técnicamente la base de su golf. García, que saboreó las mieles del éxito con su viejo estilo, el que aprendió de niño, está en pleno proceso de cambio. En mitad de temporada y con los deberes sin hacer. Trata de quitarse de la mente un movimiento criticado que él realiza desde hace 20 años y sólo tiene 23. García se siente triste. Su expresividad ha desaparecido del rostro. Le cuesta sonreír. Su caddie no sabe qué hacer para ayudarle. Seve Ballesteros se pregunta por qué le cambian el swing cuando conseguía buenos resultados. Los expertos no entienden por qué han elegido cambiarlo en plena temporada y sufrir la frustración de un año en blanco. Sus patrocinadores lo padecen en silencio.