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El pulso exterior

Euro fuerte y sector exterior

Los sucesivos máximos históricos alcanzados por el euro frente al dólar en la última semana han vuelto a reabrir el debate sobre la influencia del tipo de cambio en el sector exterior de nuestra economía. Un impacto que, en el caso español, parece sensiblemente menos negativo que para algunos de nuestros socios europeos como Alemania, Holanda, Suecia o el Reino Unido; y que aporta, además, expectativas de mejora sobre los precios y la actividad que permitirían compensar las limitadas pérdidas de competitividad en la exportaciones.

Si nos atenemos al plano estrictamente comercial, la concentración geográfica de nuestras exportaciones en los mercados de la UE, y más concretamente en los países de la eurozona, que absorben el 60% de todas nuestras ventas exteriores, hace que la posible pérdida de competitividad por la apreciación de la divisas europea se limite a poco más del 30% de la exportación total, teniendo en cuenta, además, que los países del Este candidatos a la ampliación están ya en plena adaptación al euro.

Pero incluso esa tercera parte de exportaciones directamente gravadas por la cotización del euro pueden ver paliado, en parte, este perjuicio por la más que posible mejora en las tasas de inflación que debería producirse al trasladar a los costes y precios interiores la rebaja en el precio de las importaciones y, sobre todo, en la factura energética, que superó los 18.744 millones de euros en 2002 y supone, por sí sola, el 37% del déficit comercial total.

Una rebaja en el pago por las compras de petróleo que se realiza normalmente en dólares supone no sólo un alivio en nuestro desequilibrio comercial, sino que posibilita una reducción en los costes de producción y de transporte de las empresas compensando, a través de la mejora en los precios relativos, el empeoramiento de la competitividad derivado del tipo de cambio.

Por otra parte, conviene recordar que la incorporación a la unión monetaria obligó a las empresas exportadoras españolas a cambiar radicalmente sus estrategias competitivas en los mercados exteriores desde 1999, superando en gran parte la dependencia del precio para adoptar los estándares de competencia de los países desarrollados basados en factores de calidad, diseño, imagen y servicio; que les convierten en menos vulnerables a las oscilaciones de los precios, especialmente en las economías de la OCDE, a las que se dirige el 83% de nuestra exportación.

Existe, ciertamente, un riesgo indirecto, derivado de la dependencia del dólar que tienen los resultados de las empresas españolas instaladas en América Latina o que cotizan en el mercado norteamericano. Sin embargo, salvo en casos puntuales, la merma de beneficios por el tipo de cambio se ve mitigada por la decisión de los Gobiernos de la región de desligar sus divisas de la estadounidense, por la utilización de derivados a modo de cobertura de divisas o, como en el caso de Telefónica, por la emisión de deuda en dólares, que rebaja el pago de los vencimientos en situaciones de debilidad de la moneda de EE UU.

Podría haber también alguna repercusión negativa en el turismo, concentrada esencialmente en el mercado británico, aunque las políticas emprendidas para diversificar la oferta turística española y la inestabilidad política y social en buena parte de los destinos competidores hacen que no parezca muy alarmante a corto plazo.

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