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Riga

El París del Báltico

El Festival de Eurovisión que hoy se celebra en Riga va a permitir a muchos descubrir, a través de las previsibles ráfagas publicitarias, una de las ciudades más fascinantes y secretas de la vieja Europa

Cuentan los más viejos del lugar que cada cien años el Diablo saca la cabeza del río Daugaba y pregunta si está acabada ya la ciudad de Riga con la maligna intención de inundarla y destruirla, que es lo suyo. Pues bien, tampoco podrá ser este siglo: nunca había habido tanta agitación y tanta grúa en esta urbe, declarada por la Unesco patrimonio de la humanidad basándose en tres méritos: su casco antiguo, su arquitectura modernista y las casas de madera de algunos barrios periféricos. Riga despliega una grandeur de gran metrópoli sobre la cual se han fundido como queso bastantes civilizaciones. Tiene atmósfera parisina en sus grandes parques y bulevares (desde luego el Daugaba le saca varios cuerpos de ventaja al Sena), esconde rincones de sabor germano o sueco y no faltan toques eslavos, como cúpulas ortodoxas o incluso algún mamotreto de la era soviética.

A la variedad escenográfica responde la diversidad humana: en este guiso de casi un millón de almas (un tercio de la población del país), el 41% son letones, el 43% rusos y el resto, ucranios, bielorrusos y polacos. La presencia masiva de eslavos se explica por el pasado inmediato de la ciudad y del país en general. Una historia sangrante que puede rastrearse en el Museo de la Ocupación Nazi y Soviética, un edificio oscuro en la plaza del Ayuntamiento. La capital de Letonia -un país el doble de grande que Bélgica- fue fundada en 1201. Luego formó parte de la Liga Hanseática, hasta el siglo XV. En el siglo XVII aparecen los rusos, que consolidan su imperio en la región. La conexión con Rusia a través del ferrocarril trajo prosperidad a finales del XIX. La Primera Guerra Mundial y caída de los zares propició que en 1918 Letonia declarara su independencia.

Europa

Fueron 20 años dulces, en los que a Riga le llamaban el pequeño París. En 1941, los nazis invaden la ciudad y extienden el terror. La ocupación soviética posterior no fue menos represiva. La perestroika de Gorbachov, finalmente, alentó la revolución cantada que daría al país la libertad, en agosto de 1991. Desde entonces, todo ha mutado con rapidez de vértigo. Europa es el horizonte tangible, aunque las cifras económicas estén lejos de la media europea (PIB per cápita de 3.600 euros, desempleo del 15%). Pero en la calle todo está ya más asimilado a Europa que al tiempo pasado: coches impresionantes (¿cómo los pagan, con un salario medio de 300 euros?), ropa de moda, móviles, perfumes caros. En septiembre tendrán que dar el sí o el no a Europa en referéndum. Muchos temen que la Unión Europea sea algo parecido al fantasma de la Unión Soviética.

Riga no es bocado que se pueda digerir en pocas horas. No es difícil orientarse en el casco antiguo, gracias a las torres: a un lado, la más alta, la de la iglesia renacentista de San Pedro, junto a la cual han rehecho de la nada una preciosa sede gremial gótica (la Casa de las Cabezas Negras) y el propio ayuntamiento barroco, ambos arrasados en la guerra. Al otro lado de la arteria principal, la mole gótica de la catedral, la elegante torre de Santiago, junto al Parlamento o Seima (al que los vecinos llaman la chocolatina, por su color y forma), las tres hermanas (los tres edificios más antiguos de la ciudad, juntos), la muralla y Torre de la Pólvora, el castillo (sede presidencial), y muchos otros edificios notables y rincones pintorescos.

En la parte nueva, separada del casco viejo por suntuosos jardines, se despliega un conjunto de arquitectura modernista que nada tiene que envidiar a los de Viena o Budapest. Más de 400 edificios, calles enteras, como la de Alberto (Alberta Iela), donde se alzan varias viviendas firmadas por Mijaíl Einsestein, padre del célebre cineasta ruso. Contrasta el porte aristocrático (aunque ajado, todavía) de esta parte de la ciudad con otra que no se debe omitir: el mercado central; alojado en los llamados zeppelines (hangares para aviones traídos desde Liepaja en los pasados años treinta), es el mercado cubierto más grande de Europa y un impresionante escaparate humano. Para completar la visión de la ciudad -y del país- es aconsejable visitar el Museo Etnológico al aire libre, donde se han ido reuniendo, desde 1924, casas y enseres de toda Letonia; o el encantador enclave de Jurmala, a unos 20 kilómetros, un lugar de veraneo junto a la playa formado también por casas antiguas de madera, entre pinos, abedules y un sosiego sólo roto en la calle principal y sus alegres tabernas y terrazas: el verano es corto y hay que aprovecharlo.

Localización

Cómo ir. La compañía SAS (902 117 192) tiene dos vuelos diarios compartidos con Spanair desde Madrid y Barcelona hasta Riga, vía Copenhague, a partir de 584 euros en ambos casos. Via Hansa (3 Alunana iela, 7227232) es uno de los mayores turoperadores de la región y ofrece excursiones o combinados con otros destinos bálticos.Alojamiento. Reval Hotel Lavija (55, Elizabetes Street, tel. 7772222), un antiguo rascacielos de época soviética reconvertido en hotel de diseño, cómodo y céntrico, 139 euros la habitación doble. Konventa Seta (9-11 Kaleju Street, 7087501), hotel encerrado en un recinto con cuatro puertas, con calles privadas, apartamentos, tiendas y galerías de arte, etc.; 97 euros la doble. Gutembergs (1 Doma Laukums, 7814090), junto a la catedral con mobiliario de época, 110 euros la doble.Comer. Lido (76 Krasta iela, tel. 7504420) es un complejo de ocio singular, donde se sirve comida letona, se incluye con frecuencia música en vivo, precios populares. Kalku Varti (11 Kalku iela, 7224576), cenas con espectáculo folclórico. Vincents (19 Elizabetes iela, 7332634), uno de los restaurantes más refinados, caro.

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