Todos contra Argentina
El periodista Ángel Jozami aborda en 'Argentina, la destrucción de una nación' la degradación de una de las mayores economías de Latinoamérica
Somos los líderes argentinos de los últimos 30 años quienes hemos ido llevando al país a esta situación'. Así explicaba el presidente de Argentina, Eduardo Duhalde, en su reciente visita a España, cómo ha podido llegar su país a la crisis actual. 'Adoptamos un modelo económico que provocó una recesión, que luego concluyó en una depresión económica, la más grande que país alguno en tiempos modernos ha tenido, lo que nos llevó al borde de la desintegración social', aseguraba Duhalde.
Un mea culpa que resultaría esperanzador para el inmediato futuro de Argentina -máxime después de que el FMI haya aumentado su pronóstico de crecimiento económico para el país del 1% al 3%-, si no fuera porque los viejos fantasmas siguen presentes. Carlos Menem, uno de los candidatos peronistas en las elecciones generales que se celebran mañana domingo, propone vincular de nuevo el peso al dólar para asegurar su valor, y ninguno del resto de candidatos ha presentado un plan concreto sobre la reactivación económica y la renegociación de la deuda externa que supera ya los 150.000 millones de dólares.
Esta fatalidad que corroe una de las mayores economías de Latinoamérica es la que trata de desentrañar el periodista de Cinco Días Ángel Jozami, en su libro Argentina, la destrucción de una nación. El autor aborda la degradación de Argentina desde una triple óptica: los hechos y sus consecuencias, las personas que los promovieron y la desarticulación social que se ha producido en el país en los últimos 30 años. Para Jozami, 'es tan errática, acomodaticia y cambiante la política económica en Argentina que es poco menos que imposible seguirla y menos entenderla si a sus efectos inmediatos nos atenemos'.
Grandeza argentina
El germen del problema se larva ya en los inicios del siglo XX, pese a que entonces Argentina es un proveedor mundial de alimentos, receptor de inmigrantes y de inversión extranjera. 'Es la época en la que la grandeza argentina queda establecida para todo el mundo como algo dado de una vez y para siempre', como recuerda el autor. Un letrero luminoso que escondía la gran dependencia del extranjero, la falta de un tejido industrial propio y un alto endeudamiento por las importaciones masivas de productos de consumo. Habrá que esperar al cuatrienio 1991-1994, con Carlos Menem y Domingo Cavallo en el poder, para que el espejismo se repita. El plan de convertibilidad (un peso igual a un dólar), la liberalización total del movimiento de capitales, que abrió la espita de la corrupción, y las privatizaciones de las grandes empresas, las joyas de la abuela, permitieron domeñar la inflación, que con Raúl Alfonsín había llegado en 1989 a casi el 5.000%, y que la economía creciera un 30%.
A partir de ahí, la cruda realidad del fracaso del modelo que no pudo resistir los embates del tequilazo mexicano de finales de 1994 y las crisis financieras del sureste asiático, Rusia y Brasil que se sucedieron entre los años 1997 y 1999, que dispararon la deuda pública externa hasta 144.000 millones de dólares frente a los 65.000 millones de 1989. Una caída libre en la que Cavallo volvería a tener un papel estelar, como ministro de De la Rúa, al congelar los fondos y salarios en las cuentas bancarias para impedir la quiebra de las entidades: el famoso corralito.
El autor vincula el fracaso sistemático de las políticas económicas argentinas a la dependencia total de la globalización financiera. Los distintos Gobiernos, en un in crescendo suicida, condicionan cada vez más, animados por el FMI y el Banco Mundial, el futuro del país a la atracción de capitales externos, abandonando todo intento de desarrollar una estructura financiera e industrial autónoma. Lo lamentable en este juego especulativo es que Argentina nunca ha ganado y se ha visto obligada, para no perder atractivo, a endeudarse más y más para que la rentabilidad que ofrecía no decayese. Vano esfuerzo, porque el incremento del riesgo se ha saldado con la fuga final de los capitales.
En paralelo, esas decisiones de los gobernantes, trufadas por la corrupción, que pretendían retener al capital extranjero han provocado un empobrecimiento de la población y la eliminación masiva de puestos de trabajo. Demasiado, quizá, para una población que a lo largo del siglo XX ha padecido numerosos golpes militares, acompañados de represión y asesinatos, además de una cruenta guerra contra Gran Bretaña. En estas condiciones, donde el índice de pobreza afecta a 20 millones de argentinos y alguno de los candidatos a la presidencia promete garantizar dos comidas al día para todos los ciudadanos, no resulta extraño que se haya producido un divorcio entre la clase política y la ciudadanía. Un estallido social que tuvo su punto álgido en los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001 que acabaron con el Gobierno de De la Rúa; 'dos noches vertiginosas y eternas culminaron la obra de los pobres y de sus extraños aliados de las clases medias', según el autor.
La sensación que queda después de haber leído el libro es que nunca tantos hicieron tanto por hundir un país. El futuro y el sentido común exigen un cambio inmediato, 'refundación' lo llama el autor. Las elecciones del domingo pueden dar alguna pista.