¿Fundado pesimismo?
Este año va a ser, en términos de crecimiento, parecido al anterior. Carlos Sebastián confía la mejoría a las expectativas de los agentes y al comportamiento del precio del petróleo
i la economía americana ni la europea están dando señales de que la recuperación sea inminente. ¿Significa esto que eran infundadas las expectativas de que el fin de la guerra en Irak iba a aflorar los signos positivos de recuperación que se apuntaron a mediados del pasado ejercicio? Todavía no. Habrá que esperar datos completos de abril y de mayo para responder a esa pregunta, pues la práctica totalidad de los datos disponibles, incluido el dato del PIB americano del primer trimestre (que no nos ha sorprendido dada la evolución de los indicadores mensuales conocidos), se refieren a momentos en los que no se habían despejado las incógnitas bélicas.
Es verdad que, con los datos disponibles hasta este momento, la mejor predicción que podemos hacer es que este ejercicio va a ser, en términos de crecimiento, parecido al anterior. Pero no podemos aún descartar que durante el segundo semestre del año presenciemos un comportamiento más vigoroso en Estados Unidos y en algunas economías europeas que conduzcan a un cierre del ejercicio mejor que el de 2002.
¿De qué depende que se pueda producir una mejoría sensible en la segunda mitad del año? Básicamente de la evolución de las expectativas de los agentes y del comportamiento del precio del petróleo. Las expectativas, a su vez, dependen de la sensación de inseguridad y de la evolución del mercado de trabajo. Al primero de estos factores no favorece que se tenga la impresión de que la política internacional de Estados Unidos esté dirigida por unas personas que consideran que la mejor forma de resolver los conflictos (reales, Corea del Norte, o supuestos, Siria) sea el uso de las armas. Junto a esto, la virulencia con la que se ha deteriorado el mercado de trabajo americano en los últimos meses (entre febrero y marzo se perdieron 465.000 empleos, viéndose afectados todos los sectores productivos), puede acabar teniendo efectos contractivos importantes sobre la evolución del gasto de las familias. Recordemos que éstas aún no han corregido el desequilibrio financiero generado por los excesos de finales de los noventa.
Respecto al precio del petróleo, aunque tras las primeras victorias del ejército angloamericano cayó al entorno de los 25 dólares/barril, se ha mantenido en ese nivel y existe la percepción de que no va a bajar de ahí, pudiendo incluso aumentar. Si esto fuera así, se frustraría uno de los efectos positivos del fin de la guerra. Si, por el contrario, el precio del barril se moviera entre 20 y 25 dólares, las economías occidentales recibirían un impulso positivo.
¿Podría, por el contrario, agravarse aún más la situación y acabar siendo 2003 un ejercicio más débil de lo que lo fue el año anterior? La prolongación de la incertidumbre sobre la situación internacional (el peligro de epidemia global no ayuda a superar esas incertidumbres) y sobre el precio del petróleo podría intensificar el deterioro del empleo, lo que llevaría a que, en la mayoría de los países, las economías domésticas tuvieran serios problemas a la hora de tomar su decisiones de gasto (como los que ya parecen sufrir las familias alemanas). Los datos de consumo y del mercado de trabajo en los próximos dos o tres meses nos dirán en qué medida podremos esperar un proceso de este tipo.