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Presente

La economía, en un 'impasse'

Carlos Sebastián

Es difícil escribir sobre economía en las actuales circunstancias. Lo es, en primer lugar, porque, además de tener el ánimo sobrecogido (por lo que se ve y por lo que se intuye), uno no acierta a desvelar la lógica que ha llevado a emprender una acción de este tipo, que es ilegítima y que puede tener consecuencias desastrosas, tanto sobre la consolidación de un orden internacional basado en el derecho como sobre la estabilidad de un área del mundo muy sensible. Lo es, también, porque la economía mundial está paralizada, esperando acontecimientos, y su evolución en los próximos trimestres depende crucialmente del desarrollo de la guerra, de su duración y de sus consecuencias.

Resulta un despropósito que los gobiernos de dos de las sociedades que más se han beneficiado del desarrollo de un sistema basado en la primacía del derecho y en el control democrático de los poderes públicos, opten por violentar las normas de un orden internacional, aún vacilante, cuya consolidación en este mundo globalizado operaría a favor de todo el mundo, pero especialmente de ellos. Los países menos desarrollados podrían verse favorecidos por este proceso, en la medida en que éste pudiera contribuir a su propio desarrollo institucional (el mayor determinante de su pobreza), pero aún más favorecidos resultarían los países avanzados industrial y tecnológicamente.

Para la consolidación de un sistema basado en el respeto de los derechos individuales y colectivos, más importante que el desarrollo de las normas que consagren esos derechos es la implantación de los mecanismos para que esas normas se cumplan con generalidad. Si los que proclaman esos derechos (y los que más deberían comprender su importancia y velar por su respeto) los violan, se impide el desarrollo de los mecanismos de cumplimiento, pues las normas se hacen poco creíbles y se fomentan valores contrarios.

Preocupa que los gobiernos de las sociedades democráticas recurran al miedo colectivo, que provoca tragedias como la del 11-S, para congelar resistencias a estrategias que violen derechos y garantías. La historia de las democracias está salpicada de experiencias dramáticas que se pueden explicar por dinámicas perversas surgidas de esa práctica.

Es un despropósito aún mayor que esta acción bélica, que retrasa el desarrollo del necesario orden internacional, se programe desde unas premisas bastante estrambóticas. Confiar en el levantamiento popular de una población masacrada por una cruel dictadura pero, también, por 12 años de acciones militares y económicas (el bloqueo) de los que ahora le invaden, parece poco razonable. Como tampoco lo es esperar que una acción de este tipo vaya a estabilizar políticamente ese país y esa zona geográfica. Parece más probable que las consecuencias de la invasión (de la victoria aliada) sea una ulsterización de Irak y una desestabilización aún mayor de Oriente Próximo, lo que impedirá el desarrollo de la zona y afectará a la seguridad de la oferta de petróleo.

Las consecuencias a largo plazo de esta guerra injusta sobre la economía son imprevisibles, pero, por lo expuesto, no se puede esperar que sean positivas. A corto plazo, sin embargo, los efectos contractivos que empezaron a operar desde que se intuyó la crisis bélica pueden ser transitorios, porque la guerra será probablemente corta y las consecuencias alcistas sobre el petróleo cesarán en pocas semanas.

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