Avance de primavera
Según las leyendas, los almendros del Algarve fueron plantados para que nórdicas princesas casadas con reyes moros no sintieran nostalgia. La temprana floración anuncia a Europa que llega de nuevo la primavera
El corazón del Algarve es, según algunos, lo menos portugués de Portugal. Pero es lo cierto que incluso en el tramo mollar de la locura algarvia aflora el genius loci, posos de una antigua sabiduría y de belleza irreductible. Se ve muy claro en Faro, la capital, que es mucho más que una lonja a la que arriban cargas de turistas charteados que, debidamente empaquetados en autocares, son distribuidos a sus respectivos limbos de playa. Faro es buena ciudad para vivir, a condición de hacerlo a pie y no sobre cuatro ruedas. En su núcleo amurallado están la catedral, los palacios clericales, conventos-museo, casitas transformadas en galerías de arte. Luego está la ciudad peatonal, modernista más que moderna, frente a la dársena, con el trajín hacendoso de una oficina de provincias. Y está la parte nueva, que crece en la periferia con ínfulas de nuevo rico.
La ría Formosa, que cuando baja la marea se convierte en un pantanal de légamos donde zancudas y mariscadores compiten por llegar los primeros al naufragio de almejas o lo que busquen, es parque natural, y eso le ha librado del cemento hasta la vecina Olhao. Que es mucho más que un chiringuito donde despachar cataplanas: Olhao tiene un puerto pesquero muy activo, y las lonjas del puerto viejo, junto al paseo marítimo, se han reconvertido a la modalidad de captura de nórdicos y tedescos, usando como cebo manjares de alta cocina y también algún festival veraniego dedicado a la sardina. En cualquier caso, las veladas gastronómicas en esta población de tripas berberiscas resultan inolvidables.
No hay que dejar escapar a Estoi, a un paso de Faro y de Olhao, donde pueden verse un palacio rococó y, sobre todo, una villa romana enorme -debió de pertenecer a un pez gordo- con mosaicos in situ. Y por nada del mundo hay que dejar escapar a Loulé. Van muchos turistas, sale en todos los folletos. Pero con Loulé no pueden. Se disuelven allí los foráneos como un azucarillo. Y Loulé mantiene su embrujo de medina mora recién acristianada. A sus murallas rotas se pegan como lapas casitas humildes, desconchadas, en cuyo zaguán puede estar un paisano batiendo el cobre de una cataplana, o atizando la churrasqueira arrimada al batiente de la puerta.
Entre Faro y Albufeira se extiende una fachada marina que es el escaparate de lujo del Algarve más exclusivo. En la llamada Costa del Golf, los nombres de Quinta do Lago, Vale do Lobo o Vilamoura son como auténticos talismanes de la oferta turística. Hoteles de superlujo, arquitectura exquisita, grandes praderas de greens acorazadas por muros de buganvilias y flores tropicales, marinas donde sólo atracan yates de mucha eslora y cuerpos de bronce, casinos donde rueda la fortuna, palpita la música y cenan los poderosos casi a oscuras, entre candelas olorosas y reflejos de plata.
El ombligo de este litoral es Albufeira. Pero no se ha desmadrado con los ascensores, y no ha vendido del todo el alma de aquella aldea de pescadores que fue en algún día lejano. El casco viejo sigue conservando su encanto un poco atropellado, en lugares como la Praia dos Barcos, donde se reúnen por la mañana los pescadores. Además, al margen de los anillos concéntricos de hoteles, apartamentos y urbanizaciones que han ido transformando las albercas en piscinas, y los huertos de lechugas en campos de golf, lo cierto es que las playas próximas a Albufeira, agazapadas entre mamparas de roca dorada, siguen muy hermosas. Una de las más luminosas es Praia da Rocha, junto al pueblo pesquero de Alvor. Enfrente está Portimao, que a la línea de playa opone una urbe provinciana, remangada en torno a su iglesia matriz y casas de comidas de las de toda la vida. Lagos, más a poniente, casi está desbancando a Faro y a Albufeira. Sus muelles son un trajín de salidas en barco, a pescar en alta mar, a buscar calas secretas o los paisajes arquetípicos del Algarve. Como el magnífico collar de acantilados y playas -Praia de Dona Ana, Praia do Camilo- que llega hasta el punto sublime: la Ponta da Piedade. Allí la repisa calcárea se retuerce, se fragmenta y saca a flote los hocicos de oro, mientras la espuma taladra su carne friable y perfora arcos, inunda cavernas, recorta las brillantes garras, y se alía con la luz para proyectar irisaciones y convocar sortilegios de confusos náufragos o fantasmas. Es la postal; el genio del Algarve hecho roca, y espuma, y sal, contra el cual no pueden ni los turistas.
Localización
Cómo ir. Faro tiene aeropuerto internacional, pero como los vuelos suelen pasar por Lisboa, tiene más cuenta a los españoles ir por carretera. Sobre todo desde que funciona el puente internacional sobre el Guadiana que enlaza la A-92 con la autopista portuguesa que recorre el Algarve. Hoteles. Hotel Alvor Praia (Praia dos Tres Irmaos, Alvor, Tel. 282 458900), un cinco estrellas en uno de los emplazamientos más hermosos del Algarve, con jardines que llegan a la playa. Hotel Algarve Casino (Avenida Tomás Cabreira, Praia da Rocha, Tel. 351 282415001), establecimiento de lujo en una de las playas más hermosas de la zona, entre Portimao y Lagos, mucha animación, instalaciones y servicios de alta calidad y precios a tono. Restaurantes. Ermitage (Vale de Lobo, a 3 Kms. por la Estrada de Almancil, Tel. 089 394329) uno de los pocos restaurantes portugueses premiados con estrella Michelin, típica casa portuguesa aislada en un pinar y con espléndido jardín. Beach Pavillion (en la playa de Gigí, Praia da Quinta do Lago, Almancil, Tel. 0936 445178), restaurante que es toda una institución en el Algarve, con música de samba, frecuentado por los ricos y famosos, pero que ofrece el pescado más fresco y mejor asado a la parrilla de carbón. Mohino da Ti Casinha (Ribeira das Merces, Querença, Tel. 089 4133857), un antiguo molino de agua perdido en el interior de la sierra, más arriba de Loulé y de Querença.