El carnaval de las flores
El próximo día 21 comienza en Niza uno de los carnavales más célebres de cuantos se celebran en Europa, junto con el de Venecia. El invierno de la Costa Azul ya huele a primavera
La batalla de flores fue una ocurrencia del ciudadano Andriot Saëtone, en 1876. Las primeras refriegas se limitaban a simples intercambios florales, en el famoso Paseo de los Ingleses, que sigue siendo en la actualidad el campo de batalla. Poco a poco, y para dar coba a los primeros turistas de la zona -o sea, aristócratas y miembros de la alta sociedad europea que estaban literalmente inventando el fenómeno moderno del turismo-, la cosa se fue complicando, convirtiéndose en un auténtico zafarrancho de disparos, no sólo con flores, también con caramelos -los coriondoli- e incluso con huevos rellenos de harina u hollín, luego sustituidos por confetis de papel, menos mortíferos.
Pronto se vio que lo de las flores, además de original frente a otros carnavales, era una buena manera de apoyar a los productores locales de flores y plantas aromáticas, que en la zona tienen un peso económico muy considerable. En los próximos días, desde una veintena de carrozas ellas mismas decoradas con flores, jóvenes vernales bombardearán a la multitud con unos 100.000 claveles, gladiolos, rosas, margaritas, mimosas, tokyos, gerberas..., un espectáculo único en el mundo. En el cual, además, el 90% del armamento utilizado procede de los viveros locales.
Pero ya antes de que el ciudadano Saëtone tuviera su florida ocurrencia, el carnaval de Niza era uno de los más afamados y antiguos de Europa. Una anotación de Carlos de Anjou, conde de Provenza, indica que había pasado en Niza 'los días alegres del carnaval' del año 1294. Hasta el siglo XVII, las fiestas carnavaleras estaban dominadas por bailes de máscaras y farándulas callejeras que, vaya por dios, los abates de los locos comisionados y entrenados por el clero fueron controlando y metiendo en vereda. Hasta que el carnaval abandonó las calles y se refugió en veglioni y fiestas de salón -en parte también por la influencia del exquisito carnaval de Venecia-.
Lo del carnaval es una buena excusa para acercarse a Niza. Cuando todos los ricachones del mundo se vienen a invernar aquí, por algo será
El carnaval moderno no volvió a las calles hasta dos o tres años antes de que se añadiera la batalla de flores. Ya por entonces se adoptó la costumbre de entronizar a su majestad Carnaval y hacer desfilar carrozas por la calle. En esta edición, los momentos culminantes volverán a ser la llegada del Rey de la.comMedí@ (un guiño un tanto rebuscado a la commedia dell'arte italiana y a los medios de comunicación) y la elección de la reina (día 21); la quema del rey, en la playa, con la Bahía de los Ángeles iluminada por fuegos artificiales y un cortejo de 1.500 tiernos infantes portando farolillos de colores (día 4 de marzo) y el peculiar Carnastring o baño de carnaval, una costumbre indígena que tiene ya medio siglo y consiste en chapuzarse en las aguas más bien tibias de la bahía, a cambio de obtener algunos premios (día 23). Naturalmente, el programa completo es mucho más abultado.
En cualquier caso, lo del carnaval es una buena excusa para acercarse a una de las ciudades más misericordiosas del invierno europeo. Cuando todos los ricachones del mundo se vienen a invernar aquí, por algo será. Las montañas que arropan a Niza son como una bufanda. Abajo se huele ya la primavera. Y Niza, con carnaval o sin él, parece flotar eternamente en una atmósfera de fiesta, de sensualidad. No es preciso coincidir exactamente con los días carnavaleros para encontrar, al menos en ciertos rincones, un ambiente reconfortante. Por ejemplo, en el Marché aux fleurs, que se forma en el Cours Saleya, frente al paseo marítimo, donde también se venden dulces, quesos, frutas, cualquier cosa que un buen sibarita sepa apreciar. Está -lo mismo que el mercado de pescadores, íntimo y exquisito- a las puertas del Vieux Nice, un dédalo de callejuelas que más parece un pueblo italiano que una ciudad francesa (las hechuras galas y cartesianas están rodeando a ese núcleo histórico que, efectivamente, sólo fue definitivamente francés en 1860). Pero tanto, en el casco antiguo como en la ciudad modernista y luminosa que lo envuelve, la alegría de vivir es siempre la misma: por eso tal vez prendió tan pronto y tan bien aquí la mecha del carnaval.
Localización
Cómo ir. Air Litoral (902 901493) tiene tres vuelos diarios directos entre Madrid o Barcelona y Niza; hay una oferta hasta el 31 de marzo -pasando fin de semana y comprando con antelación- que deja el precio del billete i/v, tanto desde Madrid como desde Barcelona, en sólo 138,44 euros. Dormir. El Hotel Negresco, frente al cual tiene lugar la batalla de flores del carnaval, es todo un símbolo del glamour de la Costa Azul y una página viva de su historia, además de un auténtico museo; está en la Promenade des Anglais, 37, teléfono 33 (0)493 166400, entre 330 y 850 euros. Palais Maeterlinck, a las afueras de Niza, asomado a los acantilados, es el antiguo palacete del escritor flamenco reconvertido en hotel de 40 habitaciones y suites que cuestan entre 225 euros la más sencillita a 2.300 euros la suite presidencial. Comer. El Chantecler -restaurante del Negresco, con acceso directo desde la Promenade des Anglais- es otro de los símbolos del lujo y sibaritismo de esta costa; el chef es de origen español y mete algún guiño hispanizante en la carta. Le Moulin de Mougins, más que un restaurante, es un santuario gastronómico, donde oficia Roger Vergé, uno de los creadores de la cuisine du soleil, que ha tratado de crear un estilo y por supuesto una escuela, deudores de la nouvelle cuisine en general, dos estrellas Michelin y precios a tono (unos 150 euros la comida); está en el Quartier Nôtre-Dame-de-Vie de Mougins, junto a la autopista, 33 (0) 493 757824.