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Micropymes

Veteranía e innovación

Por el número de socios, 1.920 agricultores, no parece que estuviéramos hablando de una pyme. Sin embrago, el número de personas que trabajan en esta empresa es de 13 empleados fijos y cinco eventuales, lo que ya da una idea más exacta de su dimensión laboral. Ello, unido a la cifra de facturación, en torno a los 16 millones de euros en el ejercicio de 2001, nos permite calibrar también la dimensión económica de esta iniciativa.

Estamos hablando de El Progreso, la cooperativa agraria más antigua de España, fundada en Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real) en el año 1917, en medio de un escenario de convulsiones políticas y sociales (con la Primera Guerra Mundial por medio) y con un sector agrario necesitado de reformas urgentes. Nada de ello arredró a aquellos primeros cooperativistas que pusieron en marcha su empresa y, 50 años después, en 1967, integran en ella a otras dos cooperativas locales que operaban en el mismo sector.

Su actividad ha estado siempre centrada en la producción de vinos y mostos propia de la zona de grandes extensiones de viña y, en menor escala, de aceites. æpermil;sta abarca 9.700 hectáreas de viñedos, de las variedades airén y cencibel, a las que han incorporado más recientemente macabeo y cabernet sauvignon. Con unas instalaciones de 30.000 metros cuadrados y una capacidad de recepción y molturación de cuatro millones de kilos de uva por día, pueden producir una media anual de 70 millones de kilos, con unos depósitos de acero inoxidable que pueden almacenar 620.000 hectolitros.

Igualmente, reúnen 3.720 hectáreas de olivar, de la variedad cornicabra, con unas instalaciones de 2.500 metros cuadrados, y con una capacidad de recepción y molturación de 250.000 kilos de aceituna al día, y con una producción estimada de entre tres y cuatro millones de kilos al año.

En los últimos años, la cooperativa ha emprendido una serie de reformas que le permiten irse incorporando poco a poco a la elaboración y envasado de vinos y aceites embotellados, utilizando las nuevas tecnologías y realizando la selección rigurosa de las materias primas. Todo ello sin perder su mercado tradicional y conservando también un segmento de graneles de calidad (en garrafas de cinco litros), que mejoran casi siempre los vinos y aceites de gamas bajas en la relación calidad / precio, y que siguen teniendo consumidores fieles.

El mayor logro de esta nueva etapa está en dos vinos jóvenes, basados en las dos variedades autóctonas más abundantes en la región manchega: el tinto cencibel y el blanco airén, que llevan la marca Ojos del Guadiana. Este último, que soporta la mala prensa de la variedad, es un vino de color brillante, con tonos amarillentos y reflejos verdes, un afrutado intenso y de acidez equilibrada, con algo de aguja y que es la joya de la cooperativa.

Un excelente aceite virgen extra, procedente de las aceitunas de la variedad cornicabra que predomina en toda la sierra de Villarrubia, es otro de sus logros.

Conscientes de su importancia histórica y su peso social, recientemente han realizado inversiones por valor de más de seis millones de euros en una planta de embotellado, un laboratorio, un almacén y una bodega de crianza de vinos, con sala de catas y 200 barriles de roble americano.

Basan su actual estrategia en la internacionalización y los mercados de calidad y para ello escogen selectivamente su asistencia a certámenes alimentarios bien escogidos, habiendo empezando ya la distribución de sus productos en el mercado interior y exterior.

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