Confundir deseos con realidad
Como sucede en cualquier orden de cosas, es más fácil hablar en contra que a favor. En este caso se trata de la economía y, más concretamente, de la Bolsa. Habiendo argumentos tanto alcistas como bajistas, suenan mejor estos últimos. Sobre todo porque los alcistas se vienen repitiendo desde que el Ibex estaba a 12.800 puntos.
No es sólo una cuestión estética. Numerosos argumentos optimistas arduamente defendidos son sorprendentemente lineales. Quitar impuestos a los dividendos o bajar tipos de interés no hacen que la Bolsa avance automáticamente. Y pensar que las caídas bursátiles conducen a posteriores subidas porque sí es, también, un pensamiento un tanto naif, poco digno de sesudos analistas. Pero este tipo de falacias aún tiene predicamento entre quienes confunden deseos con realidad.
Dicen algunos expertos que es más arriesgado estar fuera del mercado que dentro. Y que es más verosímil una remontada que un nuevo retroceso, porque desde la Gran Depresión nunca hubo cuatro ejercicios bajistas seguidos. Pero a nadie se le ocurre apostar por rojo en la ruleta sólo porque antes ha salido negro y porque, estadísticamente, la distribución de rojos y negros se reparte al 50%.
Todos estos argumentos obvian detalles sin importancia, como las altas valoraciones de Wall Street o los desequilibrios en la economía de EE UU, sobre todo en la balanza exterior y en el endeudamiento familiar. O el hecho de que el crudo esté a 30 dólares y pueda aún subir, porque se está fraguando una gran guerra allá donde se extrae.
Es verosímil que la Bolsa suba en 2003. También que baje. Se puede entrar con una perspectiva de largo plazo. Pero sin quemar las naves y sabiendo que, aunque entremos a varios años vista, no se pueden descartar nuevos mínimos.