Al borde del abismo
En Venezuela, las caceroladas han sido los únicos villancicos que se han escuchado en la Navidad más triste de su historia. Chávez y la oposición siguen enrocados en sus respectivas posiciones con la esperanza de que el cansancio y la desesperación haga ceder al contrario. Mientras, el país se desangra económicamente, a razón de 50 millones de dólares diarios perdidos en exportaciones de crudo por la huelga de Petróleos de Venezuela (PDVSA). La quinta petrolera mundial sólo opera al 10% de su capacidad diaria, lo indispensable para mantener el alumbrado público y la operatividad de la industria pesada, cuya maquinaria se vería seriamente afectada si tuviera que cerrar por falta de electricidad. No es que se atisbe la luz al final del túnel, es que el túnel está más oscuro que nunca.
Con una demagogia sin límites en torno a su esperpéntica revolución bolivariana, rechazada por la mayoría de la sociedad, Chávez ha agotado todo el capital político que acumuló tras su limpia victoria electoral de 1998. Es difícil encontrar un gobernante en el mundo que haya reunido en su contra, en una marca digna de figurar en el Guiness, a empresarios, sindicatos, clase media, Iglesia católica y medios de comunicación, reunidos en una coordinadora democrática, que exige la celebración de un referéndum o la convocatoria en el plazo máximo de tres meses de nuevas elecciones generales. Chávez se niega y esgrime la Constitución aprobada bajo su mandato, que establece que no se pueden celebrar nuevos comicios hasta que el titular de la presidencia haya cumplido al menos la mitad del mandato, es decir, agosto próximo. Pero es imposible que el país pueda aguantar hasta agosto con manifestaciones masivas a diario y con la producción petrolera y de todo tipo en estado anémico. Chávez preside un Gobierno legal, pero no legítimo. La legitimidad la perdió con la adopción de claras medidas anticonstitucionales como las órdenes impartidas al Ejército de no acatar las resoluciones de los tribunales contrarias al Gobierno y con su decisión de militarizar la policía municipal de Caracas. Ahora, y aparte de los apoyos de los matones integrados en los círculos bolivarianos -triste copia de los comités para la defensa de la revolución de su amigo Fidel Castro-, Chávez se mantiene en el poder gracias al sostén que le brinda la cúpula del Ejército, con su comandante en jefe, Julio García Montoya, a la cabeza. Eso la actual cúpula, porque casi un centenar de generales y oficiales han sido separados ya del servicio activo por declararse públicamente a favor de las peticiones de la oposición.
Nadie fuera de Venezuela quiere un nuevo golpe de Estado, que supondría un retroceso en el proceso de democratización de América Latina, ahora que todos los países del hemisferio, salvo Cuba, cuentan con Gobiernos salidos de las urnas. Todos pretenden una salida negociada a la actual crisis, que, de no atajarse, podría terminar con un cruento enfrentamiento civil. La Organización de Estados Americanos (OEA), a través de su secretario general, César Gaviria, intenta encontrar, con el apoyo de EE UU y la UE, un mínimo de acuerdo que haga posible esa salida negociada. Hasta ahora, la OEA ha fracasado en sus intentos. La próxima semana se reanudan las conversaciones. Un nuevo fracaso empujaría al país definitivamente al abismo. Es deber de todos impedirlo. Empezando por Washington, cuya política hacia Iberoamérica es sencillamente inexistente.