¡Felicidades, Austria!
El tiempo ha dado la razón al líder democristiano austriaco y canciller federal, Wolfgang Schüssel, y se la ha quitado a los que hace tres años le condenaron hipócritamente por formar un Gobierno de coalición con los populistas de Jörg Haider. A instancias de Francia y Bélgica, Austria fue enviada al averno por el pecado de hacer caso a algo tan natural como la voluntad de sus electores. En las anteriores elecciones generales, los austriacos infringieron un duro castigo a los partidos tradicionales al convertir al partido de Haider en el segundo más votado, con el 27% de los sufragios. Era la expresión de una insatisfacción con los gobiernos de coalición entre socialistas y cristianodemócratas que habían gobernado el país casi ininterrumpidamente desde el nacimiento de la II República austriaca.
Schüssel jugó fuerte. Sabía a lo que se exponía dentro y fuera de casa. Pero estaba seguro de que la única forma de desprestigiar a los extremistas era encomendarles tareas de gobierno. Y así ha ocurrido. Los democristianos han ganado nada menos que 16 puntos porcentuales y los seudoliberales de Haider se han hundido, bajando al 10%. Los austriacos, uno de los pueblos más civilizados de Europa, han puesto las cosas en su sitio y han recompensado a Schüssel con el mejor resultado electoral obtenido por los conservadores desde finales de la Segunda Guerra Mundial, aunque no suficiente para formar Gobierno en solitario. Lo más probable es que el canciller se decante por repetir coalición con los elementos más moderados del íVP de Haider, cada vez más alejados del fundador del partido, forzado por los resultados electorales a retirarse a su feudo de Carintia.
Tres han sido los factores que han contribuido a la victoria de Schüssel. En primer lugar, el éxito de su gestión. Austria puede presentar unas cifras macroeconómicas envidiables en la UE. En segundo, la desastrosa actuación de Haider, que ha hecho perder al íVP las dos terceras partes de sus votantes. (Su última machada, en plena crisis iraquí, fue ir a Bagdad y entrevistarse con Sadam Husein, olvidando que Austria es un país profundamente pro estadounidense, que no olvida fácilmente el decisivo apoyo de EE UU en 1945, que impidió a Stalin incorporar a Austria al resto de satélites soviéticos).
Hay una tercera causa para el triunfo de Schüssel, las tribulaciones económicas de Alemania, cada vez más abocada al crecimiento cero desde el reciente triunfo electoral del socialdemócrata Gerhard Schröder. Las cifras de la economía germana han sido explotadas hasta la saciedad por los conservadores austriacos en la campaña. La pregunta al electorado, repetida una y otra vez, era muy simple: '¿Quieren ustedes que en Austria pase lo mismo que en Alemania?'. La respuesta está a la vista. El triunfo de Schüssel tiene efectos colaterales a escala europea. Confirma la tendencia conservadora en la UE. La socialdemocracia ha quedado reducida a Alemania, Suecia y Grecia. Y a Reino Unido, si generosamente incluimos a Tony Blair en el grupo.
Pero sería erróneo asumir que el populismo ha desaparecido del mapa político por la derrota de los Le Pen y los Haider de turno. Si el crecimiento se estanca, no se crea empleo y no se aborda de forma coordinada el problema de la inmigración ilegal, otros populistas xenófobos recogerán la bandera de la demagogia antisistema. Hitler fue posible, entre otras cosas, porque había siete millones de parados en la República de Weimar.