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La semilla de Afrodita

Todas las culturas han destacado su carácter sensual

E

l eminente tubérculo no es sólo considerado como delicioso para el paladar, también se cree que engendra una potencia cuyo ejercicio va acompañado de los más dulces placeres'. Si Jean Anthelme Brillat de Savarin (1775-1826), padre espiritual de quienes han hecho de la mesa una religión, sospechaba esta cualidad de la tuber algo habrá de verdad. No obstante, se cerciora: 'He investigado la razón de la preferencia de la trufa y la he encontrado en la persuasión, bastante generalizada, de que predispone a los placeres genésicos. Puede hacer más tiernas a las mujeres y más amables a los hombres'. Todavía recoge testimonios en su París contemporáneo de alguna dama de fino tacto que acusa a las trufas de proporcionarle una disposición peligrosa: 'Las como con desconfianza', concluye.

Julio Camba, escritor español experto en panzadas, venerador asimismo de las tuber nigrum hasta el punto de defender que 'tomarse una de esas trufas de color de ébano equivale a un acto religioso, porque nos da un nuevo sentido del mundo y de la vida', también reconoce al glorioso tubérculo sus atributos lujuriosos: 'Es opinión muy antigua la de que la trufa desarrolla nuestra capacidad amatoria y no me sorprendería, porque aunque no creo gran cosa en la vitamina E, sí creo que ninguna emoción artística se basta a sí misma y que el hombre necesita descargar por la vía sentimental aquellas que recibe', dice.

Más recato, aunque sin discrepar, manifiesta Catalina de Médicis en su imprescindible Platina, como cita Manuel Martínez Llopis. Sus extensos comentarios sobre las trufas terminan con una constatación y una recomendación: 'Son un alimento nutritivo, como le gusta creer a Galeno, y son un excitante de la lujuria. Aunque, si esto se hace con fines de procrear es cosa laudable; en cambio, si se hace por pura libídine (como lo suelen hacer algunos ociosos o intemperantes) es cosa cuanto más detestable'. El extremo amable de la tuber contrasta con otra visión maléfica originada por su color, su aspecto y su procedencia subterránea. En la Edad Media es tildada de satánica y su origen se relaciona con las fuerzas del mal, como considera la época a todos los alimentos que crecen bajo la tierra. Además, su simbiosis con la encina, árbol considerado sagrado por druidas y brujos medievales, completa la leyenda negra.

La ascendencia, sin embargo, es divina muchos años antes, en la Grecia clásica, cuando comienza a estudiarse (un discípulo de Arquímides, llamado Teofrasto, que vivió en torno al año 300 antes de Cristo es el autor del primer tratado que se conoce sobre la trufa). A partir de esa época, recibió una retahíla de calificativos a cual más tronante: 'hija de la tierra fecundada por el sol', la llamó Cicerón; 'hijas de Dios', Porfirio; 'delicias de la tierra y milagro de la naturaleza', Plinio; 'fruto de tempestades', Juvenal.

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