Crisol de culturas y religiones
Judíos, musulmanes y cristianos resaltan la bondad del aceite de oliva
Hércules clavó su vara en la tierra y le crecieron hojas de olivo; el olivo era, por tanto, la fuerza. Era la paz cada vez que, desde los tiempos de Noé, una paloma portaba una rama de olivo; el sacrificio, cuando Cristo fue condenado entre olivos y sacrificado en una cruz construida con su madera; fue victoria cuando los atletas olímpicos eran coronados con ramas de olivo y retribuidos con su aceite; era el poder, cuando reyes y emperadores necesitaban ser ungidos con su aceite; era el símbolo de la fertilidad en Atenas. Por eso están tan arraigadas las raíces del olivo en la historia. Fueron cultivados 'antes de que alguien inventara las palabras para describir el hecho. Ya estaban allí cuando la Biblia no era más que un borrador garabateado en papiro. Y la posterior sabiduría fue escrita y leída a la clara luz de lámparas de aceite de oliva'. El periodista Mort Rosemblum, del International Herald Tribune y de Associated Press, ha escrito una hagiografía dedicada 'al humilde bulto que nada en el fondo del Martini', después de que, tras viajar a Francia, adquirió un olivar y se quedó a vivir en él. Sucedió después de que 'el turbio jugo dorado se derramó en un recipiente de arcilla, mojé una corteza de pan para probarlo. Me creí capaz de escribir salmos'.
Los judíos se refieren a un hombre bueno como 'aceite puro de oliva'; los cristianos consideran sagrado al olivo, a su fruto y a su zumo: el aceite de oliva es mencionado 140 veces en la Biblia, y el árbol del olivo, cerca de 1.000. Los musulmanes adoran la luz de Alá que brilla desde un árbol sagrado: un olivo, ni de Oriente ni de Occidente; la más antigua universidad del Islam se encuentra en Túnez y se llama Al-Zitouna (árbol del olivo). Los pueblos asentados en el Mediterráneo, desde Oriente Próximo, los grandes imperios asirio, egipcio, griego, persa, romano, centraron su vida, su cultura y su riqueza en el olivo.
Aldous Huxley, el autor de Un mundo feliz, también produjo un homenaje literario al olivo: The Olive Tree, donde reivindica el simbolismo de paz, aunque, en ocasiones, desde visiones casi apocalípticas: 'La paz de la victoria, la paz que es con demasiada frecuencia únicamente la tranquilidad del agotamiento o la destrucción completa'. El converso Peter Mayle también reserva un espacio en su ya mítico Un año en provenza al aceite de oliva. 'Lo probamos antes de cenar rociando con él rebanadas de pan que habíamos untado previamente con tomates frescos. Fue como paladear la luz del Sol'. Como cita Rosemblum: 'Todo el Mediterráneo, la escultura, las palmeras, los abalorios de oro, los héroes barbudos, el vino, las ideas, los barcos, la luz de la luna, las gorgonas aladas, los hombres de bronce, los filósofos, todo eso parece surgir en el sabor amargo y picante de esas aceitunas negras entre los dientes. Un sabor más viejo que la carne, más viejo que el vino. Un sabor tan viejo como el agua fría'.