Una cuestión de confianza
Cuando parecía que a la cuarta iba a ser la vencida, los brasileños le negaron a Luiz Inácio Lula da Silva, por unos escasos cuatro puntos porcentuales, la posibilidad de convertirse en presidente de la cuarta democracia más poblada del mundo. El 6 de octubre ocurrió lo peor que podía ocurrir para Brasil, Iberoamérica y el resto del mundo. La incertidumbre sobre el futuro político de la primera economía latinoamericana siguió presente en el panorama mundial y los días que restan hasta la segunda vuelta, prevista para el domingo 27, serán no aptos para cardiacos. El problema de Brasil es, ante todo, un problema de confianza. Los mercados siguen sin ver claro el futuro del país, el resultado de esa desconfianza se traduce en la caída continua de la bolsa y la sostenida depreciación del real frente al dólar, con el consiguiente aumento de la deuda.
El resultado de la primera vuelta electoral afectó en primer lugar al candidato del Partido de los Trabajadores, convencido como estaba de ser elegido presidente el pasado domingo sin necesidad de una segunda confrontación. A pesar de los magníficos resultados obtenidos por él y su partido a escala nacional y estatal, Lula se recluyó en su cuartel general, negándose a comparecer ante sus partidarios hasta 24 horas después del cómputo electoral. Su falta de moral de los primeros momentos contrastaba con la alegría del candidato oficialista, José Serra, exultante por haber conseguido forzar una segunda vuelta. A pesar de haber obtenido sólo la mitad de los votos que Lula, el 24% frente al 46,8%, Serra piensa que puede lograr un imposible: dar la vuelta a la tortilla y alcanzar la victoria el 27 de octubre. Mayor moral, imposible. 'El partido comienza de nuevo', manifestó.
Si la política fuera una ciencia matemática, Serra no tendría nada que hacer. ¿De qué sector de la población iba a sacar los 20 millones de votos necesarios para derrotar a Lula? Pero, como dijo una vez Harold Wilson, en política una semana equivale a un siglo. Serra, cuyo carisma frente al de Lula es inexistente, pretende forzar tres debates televisivos para convencer a los brasileños de la bondad de sus recetas, una pretensión que el candidato del Partido de los Trabajadores, lógicamente, rechazará porque lleva las de perder. Al mismo tiempo, Serra piensa que, al necesitarse una segunda vuelta, algunas alianzas en torno a Lula pueden resquebrajarse. Todo eso es posible, pero no probable. Lo lógico es que el antiguo obrero metalúrgico de Pernambuco consiga, en su cuarta intentona, la presidencia. El candidato del Frente Laborista, Ciro Gomes, que obtuvo el 11,9% de los votos en las elecciones del domingo, ya ha pedido a sus partidarios que voten por Lula y se espera que el socialista Anthony Garotinho, tercer colocado en la primera vuelta, haga lo propio.
Todo juega, por tanto, a favor de Lula. Por eso no se comprende la resistencia por su parte a anunciar los nombres de los integrantes de su equipo económico. El silencio de Lula en estos temas es lo que mantiene a los inversores en ascuas. La excusa de que corresponde al presidente saliente, Fernando Henrique Cardoso, mantener la confianza de los mercados hasta que se celebre el traspaso de poderes en enero no se sostiene y es inaceptable en un aspirante a la presidencia, cuya preocupación primordial debería ser restablecer la confianza internacional en su país. La solución, dentro de 17 días.