La cara oscura del bosque
Las setas han mostrado en la historia su rostro esotérico más que gastronómico
Dad al diablo la mejor de todas'. Como las grandes cuestiones, las setas han entrado en los debates apasionados de estudiosos con inquietos paladares a lo largo de toda la historia. El cocinero Iñaki Oyarbide (Las mejores recetas con setas. Editorial Everest) define dos maneras de entender la micología: micófilos y micófobos. Las crónicas sitúan en este segundo campo al segoviano renacentista Andrés Laguna: '...Podremos, sin escrúpulos, pronunciar de todos los hongos, lo que respondía cierto villano zafio, vendiendo en Madrid lobitos, a cualquiera que le rogaba le escogiese uno bueno: dad al diablo el mejor de todos' (recoge Mariano García Rollán, en su Manual de setas. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación). Laguna sentencia sin diferenciar entre setas sabrosas y peligrosas que todas, 'con su cuantidad, quiero decir, comidas copiosamente, despachan, aunque no sean de naturaleza maléfica'.
De la misma opinión hubiera sido el emperador romano Tiberio Claudio si se le hubiese consultado. Pero no hubo tiempo; su esposa Agripina le sirvió un apetitoso plato de setas que le tumbaron a él y a todo su imperio para dejar libre el camino al hijo de aquélla, Nero Claudius Caesar Drusus Germanicus, que gobernó Roma con el nombre de Nerón. Es probable que el nuevo emperador continuara con la voracidad micológica, aunque no ingiriendo los hongos letales que despacharon a su padrastro, sino cualquiera de los centenares de setas alucinógenas que brotaban en los bosques romanos. Porque, ya entonces, la medicina y la farmacología tenían clasificadas las setas como demuestran los estudios de los científicos griegos Hipócrates y Dióscorides, quienes no sin cierta confusión entablaron las primeras disputas tendentes a situar a las setas en los cielos o en los infiernos. Y que muchos años después continuaban alegremente vivas cuando el citado Laguna se zurraba dialécticamente con otro renacentista toscano llamado Mattioli, a quien estas flores de otoño, sin embargo, parecían 'perfumadas y de sabor agradabilísimo; primero puestas en agua y después fritas y bien enharinadas, son muy agradables al paladar'.
En el perol de los aquelarres, sin embargo, trascendían a su utilización puramente gastronómica. Las brujas de la Inquisición marinaban todo tipo de setas con fines que las crónicas de la época definen como 'aberrantes', avezadas de sus cualidades afrodisíacas, estimulantes y alucinógenas. Los componentes químicos de su carne y sus diseños fálicos y de apariencia genital las convertían en objetos de culto para todo tipo de ritos y, sobre todo, para los que se sustentaran en el amor. De hecho, por plantas de amor fueron conocidas en muchas civilizaciones. Y de esa opinión eran los arquitectos de la mitología cuando a Marte, dios griego de la guerra, le adjudicaron una fiel y apasionada amante llamada Seta.