El dilema de los demócratas
Para desesperación de sus dirigentes, George Bush ha cogido a los demócratas con el paso cambiado. La oposición se las prometía muy felices de cara a las elecciones legislativas de noviembre. Pensaba hacer una campaña basada en la debilidad de la economía, el desplome de la Bolsa, el aumento descontrolado del déficit y los escándalos financieros, destinada a demostrar al electorado la pésima gestión de la Administración republicana. Las encuestas les daban la razón. Hasta mediados de septiembre, las condiciones económicas constituían la principal preocupación de los estadounidenses. Pero, tras la intervención de Bush ante la Asamblea de la ONU apostando por una intervención en Irak si Sadam Husein no permite una inspección ilimitada y sin restricciones de sus arsenales, los sondeos han cambiado radicalmente. Según la última encuesta Gallup, Irak ha desplazado por 10 puntos (50 frente a 40) a la economía como principal preocupación del electorado.
Bush ha vendido bien su mercancía a un electorado aún traumatizado por los sucesos del 11-S al meter en el mismo saco, para desesperación demócrata, la amenaza terrorista con el peligro que las armas de destrucción masiva de Sadam presentan para EE UU y el mundo. De nada han servido las denuncias del ex candidato presidencial Al Gore y el senador Edward Kennedy, ambos declarados enemigos del dictador iraquí, sobre la inmoralidad de politizar una eventual intervención armada en plena campaña electoral. La actitud de los líderes demócratas en las dos Cámaras del Congreso, -el senador Tom Daschel y el congresista Dick Gephart, que desean volver a centrar la campaña en los temas domésticos y no en Irak-, no hace sino favorecer los planes presidenciales. La Cámara de Representantes, con una mayoría republicana de seis diputados, aprobará la próxima semana una resolución, cuyo borrador ha sido ya pactado con la Casa Blanca, autorizando al presidente 'el uso de las fuerzas armadas de EE UU para defender los intereses de la seguridad nacional frente a la continua amenaza de Irak y para forzar el cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad relativas a ese país'. Aunque el Senado, donde los demócratas cuentan con una mayoría exigua de un escaño, es un hueso más duro de roer, su decisión no será muy diferente de la que adopte la Cámara baja, como declaró el propio Daschel.
Las resoluciones del Congreso no van a ser tan amplias como pedía Bush. En caso de ataque, Bush tendrá que atenerse a las directrices de la ONU y circunscribir cualquier acción bélica a Irak, y no, como pretendía, a toda la región. Además, antes de lanzar una acción militar, deberá explicar en el Congreso la razón del fracaso de las vías diplomáticas y políticas. Cuando se aprueben las resoluciones, la oposición habrá salvado la cara y el presidente habrá conseguido el apoyo parlamentario suficiente para presentarse al mundo como el líder de una nación unida y sin fisuras en torno a su presidente. En cuanto a los demócratas, está por demostrar que puedan reconducir la campaña a los temas domésticos antes del 5 de noviembre. La cita electoral clave para el futuro de la Administración Bush, cuyo futuro nadie es capaz de predecir. Dadas las mínimas mayorías y minorías en ambas Cámaras, la pelota puede caer en cualquiera de los dos campos. Normalmente, el partido que no ocupa la Casa Blanca suele ganar las elecciones de medio mandato. Ahora, Irak puede trastocar esa tradición.