Holanda, espejo para regular la prostitución
Denise es nueva en la profesión más vieja del mundo. Antes de que Holanda legalizara los prostíbulos en 2000, esta joven no pensaba hacer de la prostitución su carrera. 'Ahora es un trabajo normal', asegura esta chica de 29 años, mientras se viste en Prinses, un local situado frente al Banco Central de Holanda. 'Si lo tomas en serio, puedes ganar bastante. Y la ropa es desgravable''.
Con la legalización de los burdeles, tras siglos de tolerancia, empleados y propietarios tienen que pagar impuestos, pueden crear sindicatos, abrir cuentas corrientes y registrarse como negocios independientes en la Cámara de Comercio.
Por otro lado, la legalización del mercado holandés del sexo, que mueve 1.600 millones de euros anuales, supone menos beneficios para los proxenetas, individuos que buscan clientes para las prostitutas a cambio de una parte de los beneficios. En cambio, ha salido ganando el Gobierno, que en la actualidad se embolsa un 19% de las operaciones por la vía del impuesto sobre el valor añadido. 'Antes de la legalización, la competencia entre las mujeres mantenía los precios bajos', indica Christy ten Broeke, portavoz del sindicato de trabajadores del sexo, Red Thread. Un empleado del sector ganaba unos 6.000 euros al mes en 2000, según el Ministerio de Justicia holandés. La mayor parte se la llevaban los proxenetas.
La legalización, el aumento del número de sindicatos y la introducción del euro han impulsado los precios, según el Centro de Información de la Prostitución en Amsterdam. Este organismo destaca que las tarifas de los servicios básicos ha subido un 76%, hasta los 40 euros, este año.
La prostituta se queda con la mayor parte. En la actualidad, 'ya no hay proxenetas', dice Shirley, recepcionista de Prinses. El propietario del local, Michel Saarloos, comparte los beneficios del negocio con sus empleadas. Esto significa que cada trabajadora se lleva al menos la mitad de los 225 euros por hora que cobran cada noche, más un plus por los servicios adicionales. 'Ya no hay dinero negro. Un 87% de mis clientes paga con tarjeta de crédito', revela.
El aumento de los precios y la legalización también facilitan la recuperación de un sector en plena desaceleración económica mundial. Con la caída de los bonos de los ejecutivos y de la afluencia turística tras los ataques terroristas del 11 de septiembre, el negocio en el Barrio Rojo registró un importante descenso. Este mercado siempre ha fluido a la par que la economía, recuerdan sus responsables. 'Cuando la Bolsa iba al alza, todo subía', manifiesta Xaviera Hollander, autora de The happy hooker (La ramera feliz). 'Cuando el mercado se desplomaba, también lo hacía mi negocio. Ahora hay mayor estabilidad', sentencia.