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Ocaso de la diva de los hogares de Estados Unidos

En su época como modelo, a Martha Helen Kostyra, más conocida como Martha Stewart, le gustaba aparecer en las portadas de las revistas. Cuantas más, mejor. Como presidenta e indisoluble imagen de una empresa que cotiza en la Bolsa de Nueva York, Martha Stewart Living Omnimedia, ella misma ha admitido lo contrario: cuantas menos, mejor.

El problema es que en estos convulsos tiempos para la confianza en el sistema empresarial y financiero de EE UU, la imagen de la hasta hace poco impoluta Stewart compite con la de los más destacados escándalos en las primeras páginas de los periódicos.

El caso de esta mujer, de 60 años, ha dejado de una pieza a todo el mundo. Amiga de Sam Waksal, ex presidente de Imclone, Stewart se deshizo de cerca de 4.000 acciones de la empresa biotecnológica un día antes de que las autoridades negaran la comercialización de un fármaco de la compañía. Waksal conocía con antelación la negativa de las autoridades.

Ahora Stewart está bajo sospecha por información privilegiada y se barajan posibles cargos de obstrucción a la justicia. La situación ilustra cómo la corrupción empresarial no sólo es asunto de grandes empresas de activos intangibles para la mayoría de los ciudadanos, sino que se ha metido de lleno en los hogares estadounidenses.

Porque es allí donde está ella. La diva del hogar, una mujer que se ha hecho imprescindible en el estilo de vida americano. Se sabía que Stewart, un icono en las más humildes casas y también en las fiestas de la alta sociedad, no era la dulce ama de casa que se muestra en sus muchos programas de televisión, y que como empresaria y última responsable de ellos utiliza mano dura.

Pero sus muchos seguidores no parece que estén decepcionados con las dos caras de Martha, y su audiencia le es fiel, sigue sus consejos de jardinería, sus recetas de cocina y empieza a apreciar el algodón egipcio por encima del poliéster. Stewart aparece unas 30 veces por semana en la televisión, en los programas que su empresa produce y vende, o en The Early Show, de la CBS. Además, tiene varias revistas, ha editado medio centenar de libros de jardinería, cocina, consejos para el hogar, y un catálogo en Internet de sus productos domésticos, que también se encuentran en la cadena Kmart y, pronto, en otras tiendas.

Su empresa, fundada en 1997, tiene unas ventas de 295 millones de dólares y beneficios de 21 millones. Pero, dinero aparte, Martha Stewart es todo un personaje, resultado de lo contradictorio de una imagen de feliz ama de casa, que explota en favor de una mujer que podría considerarse feminista (no hay tantas mujeres dirigiendo empresas), y que ha sabido construir todo un imperio gracias a su genio, tenacidad e indiscutible creatividad.

El problema es que a mediados de junio se supo que Stewart se había manchado, presuntamente, las manos con Imclone.

Ni todo el azúcar que pone en sus galletas ha podido contrarrestar la mala publicidad que está recibiendo y que se refleja en la caída de la cotización de las acciones de su empresa. Pero lo peor es que ya se oyen voces de estadounidenses cansados de tanto escándalo y dispuestos a dar la espalda a la musa doméstica y boicotearla. Algunos columnistas de tabloides, y también de diarios financieros, sugieren que las continuas críticas podrían minar el sistema de vida americano.

Mientras, Martha mantiene el tipo. El pasado martes, en su intervención en la CBS durante el segmento dedicado a la cocina fue preguntada por sus problemas con la justicia. 'Saldré exonerada. Es ridículo', decía mientras cortaba una lechuga. A la siguiente pregunta, Martha replicaba: 'Ahora, déjeme concentrarme en mi ensalada'. Y aliñándola salió, muy a su pesar, en la portada de los periódicos del día siguiente.

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