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Consejo europeo

La agenda de Rato salvó el semestre de presidencia española de la UE

Los éxitos en la agenda de reformas del ministro de Economía, Rodrigo Rato, han salvado un semestre que estuvo lastrado por la apatía negociadora de la presidencia española. Tras la cumbre de Barcelona, la presidencia se ha arrastrado durante tres meses sin lograr avances sustanciales, hasta llegar a una cita en Sevilla en la que poco se ha añadido al balance positivo anterior.

El semestre español arrancó con el éxito de la introducción del euro, y el tintineo económico mantuvo el pulso de la presidencia desde el 1 de enero hasta la cumbre de Barcelona (15 y 16 de marzo). En la capital catalana, España logró impulsar la liberalización de los mercados eléctricos (a cambio de ceder en la armonización fiscal de la energía) y avanzar en la integración de los mercados financieros con el acuerdo para agilizar la futura normativa bursátil.

Pero, a partir de entonces, los éxitos en la cartera de Economía ya no bastaron para paliar la pérdida de fuelle con que se ha llegado hasta la capital andaluza. Al final, ni siquiera el truco populista de la avalancha migratoria sirvió para ocultar el estancamiento de capítulos tan importantes como la ampliación hacia el Este.

Este fracaso final, como gran parte de los deslices de estos seis meses, se originaba en el Palacio Santa Cruz, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores. Desde allí se defendió también, durante varias reuniones ministeriales a nivel europeo, el castigo económico a los países donde se origina la inmigración, iniciativa que se estrelló finalmente en Sevilla.

Fiasco en Gibraltar

Exteriores tampoco logró el acuerdo con el Reino Unido sobre la soberanía compartida en Gibraltar, conflicto que sigue frenando numerosos expedientes comunitarios. Y el fiasco diplomático se completa con unas tensas relaciones con Rabat, que contrasta claramente con los esfuerzos de una Francia que reforzaba sus vínculos con Marruecos.

La diplomacia tampoco fue el fuerte del titular de Economía. Rato sufría en su propia tierra, Asturias, la embarazosa situación de tener que pedir disculpas públicamente a Bélgica por haberse precipitado en anunciar el nombramiento del nuevo vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), el griego Lucas Papademos.

Pero el ministro de Economía ha logrado apuntarse la mayoría de los éxitos de este semestre. Tras la cumbre liberalizadora de Barcelona, el Consejo de Sevilla ha señalado la importancia de la aprobación del reglamento sobre armonización de normas contables (las Internacional Accounting Standards serán obligatorias para las empresas cotizadas a partir de 2005); y los avances en las directivas sobre supervisión de los conglomerados financieros, manipulación bursátil y fondos de pensiones paneuropeos.

La labor de España propiciará que Dinamarca, que recoge el testigo el próximo 1 de julio, remate la tramitación de esos textos legales.

Fuera del campo financiero, Rato también ha encajado algunas serias derrotas. Sus homólogos dinamitaron en Barcelona la iniciativa para crear un Banco Europeo del Mediterráneo, una de las prioridades iniciales de toda la presidencia.

Y también fracasó en su misión de impulsar la coordinación económica, que vivió bajo su mandato alguno de los momentos más críticos desde el comienzo de la unión monetaria.

España permitió que se desautorizase al comisario de Economía, Pedro Solbes, cuando intentó en febrero recriminar a Alemania su elevado déficit fiscal. Y cedió de nuevo ante Francia, enterrando el objetivo de equilibrio fiscal para 2004.

Con estos dos episodios, los Quince han optado por mantener la meta de la consolidación fiscal en detrimento de la fecha. Pero ni siquiera eso ha hecho mella en una divisa europea que el viernes cerró a 0,97 dólares.

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