La conquista de la raza
Las especies rústicas han sido mejoradas durante miles de años
Los vivos pero adustos ejemplares de morucha, retinta o avileña que pueblan hoy la dehesa española son fruto de una lucha que han librado al menos cuatro contendientes: el hombre, los animales, la naturaleza y la historia, y que todavía no ha concluido.
Los ancestros de la retinta, de origen africano o cruce africano y andaluz, pueblan la tierra desde tres o cuatro mil años antes de Cristo. Este bos primigenius hubo de ser domesticado para erigirse en raza de rendimiento cárnico y tal proceso no fue baladí. Los sufridos ganaderos de la época tuvieron que afrontar primero la fase de la deriva (aislar a un grupo de animales de una manada salvaje) para después independizar por completo las reses elegidas. De la nueva cabaña generada, el hombre todavía hubo de abordar otros procesos de selección para potenciar la capacidad reproductiva de los animales y otros posteriores destinados a elevar los rendimientos cárnicos de las reses. Los criterios selectivos de cada comunidad humana han conformado una enorme diversidad de razas (no hablamos ahora en exclusiva de las rústicas) que en poco se parecen ya a sus primeros padres y que han sido modeladas para responder a las necesidades climáticas, nutritivas o sociales de cada grupo humano. Tras la incorporación a los objetivos de mejora racial de los preceptos descubiertos por Darwin y otros investigadores a partir del siglo XIX relativos a la genética, las razas han sido nuevamente perfeccionadas en función de los intereses de los ganaderos. Y los productores, al menos algunos, quieren romper las fronteras actuales de la genética y comienzan a recurrir en algunos casos a los métodos biotecnológicos para detectar y multiplicar exponencialmente los mejores genotipos. No es el caso, de momento, de estas razas.
Las avileñas también han bregado lo suyo desde la prehistoria: los Toros de Guisando son avileños. Después, desde que los romanos se asentaron en Hispania, los bovinos de esta raza han sido utilizados como tiradores de carros hasta que alcanzaron su mayor gloria en los siglos XIV Y XV al celebrarse las primeras ferias en la Península y potenciarse el tráfico de mercancías. Tal era su importancia que llegaron a ser inmortalizadas en un cuadro que hoy exhibe la ermita de Ávila y que es popularmente conocida como la ermita de las vacas. De todos modos, la avileña negra ibérica tal como hoy la conocemos surge de la raza serrana en la segunda mitad del siglo XIX. La morucha, por su parte, tampoco ha estado dormida durante los últimos milenios, ya que su viaje hasta la vida beatífica que lleva hoy en la dehesa comenzó nada menos que con el primer bóvido conocido: el uro, al que estuvo ligado el bos taurus ibericus.