Una terraza muy apetecible
Arroces levantinos, verduras de Navarra, cocina de toda la vida, en la magnífica terraza veraniega de L'Albufera de La Moraleja
El nombre en sí ya lo dice todo, L'Albufera, un lugar para degustar buenos arroces. El apellido en este caso es La Moraleja, porque ésa es precisamente su ubicación. Este hermano pequeño, por aquello de la edad, de su homónimo situado en El Plantío comparte idéntica filosofía y estilo. No es nuevo en la escena gastronómica de la capital -no en balde se inauguró hace cinco años-, pero el motivo que le trae hasta estas páginas es la inauguración de la temporada de verano o, lo que es lo mismo, los almuerzos y cenas en su magnífica terraza, tan apetecible ahora que el calor comienza a apretar.
La obsesión de los madrileños por frecuentar los restaurantes con jardín o terraza cuando llega el buen tiempo no tiene parangón con otras ciudades europeas, sin duda porque la climatología nos lo exige -y permite-. Por eso José Ignacio Pérez, director de L'Albufera, ha intentado potenciar al máximo este aspecto, haciendo de la terraza uno de sus mayores atractivos. Desde luego es muy amplia: puede acoger a cerca de 200 comensales. Se puede optar por ocupar las mesas que, perimetralmente, se encuentran a cubierto de un techado de madera o bien sentarse al aire libre, en la parte central. Hay, por supuesto, mucha luz, y no sólo natural, porque por las noches la iluminación tenue hace la atmósfera más acogedora. Las sillas de hierro forjado, la mantelería en tonos rosas, la tapicería que cubre los cojines resultan refrescantes, como las numerosas plantas que aíslan, también del ruido, de la cercanía de la carretera de Burgos.
Con la apertura de la terraza de verano la carta se aligera. Por supuesto, los arroces son protagonistas. No faltan la paella valenciana, la de mariscos o la de bogavante, pero hay otras elaboraciones, como el arroz negro, a banda o huertano, o versiones melosas (con puerros y almejas, con carabineros y sepia o el típicamente murciano arroz en caldero). A éstos se añaden sugerencias diarias como la paella de habitas tiernas y jamón ibérico, bastante conseguida. Todos los arroces se terminan en el horno (de convección, no aporta el calor directo a la superficie con el consiguiente peligro de que se torre) y resultan sabrosos y con un buen punto de cocción.
Pero, aparte de arroz, hay más donde elegir. Y una buena opción es probar las verduras frescas navarras, ya sean alcachofas, espárragos trigueros, cardo con almendras o una parrillada (estupenda). La carta también contempla diversas ensaladas -entre ellas la esgarraet, de pimientos y bacalao-, chacinas ibéricas, revueltos, anchoas de Santoña, sepia a la plancha con alioli u otras propuestas que cambian con frecuencia. Además, en esta época del año se instala la parrilla de carbón, que permite la preparación de distintas carnes y pescados: villagodio, solomillo, rape, merluza... Los postres, tradicionales, se van a cambiar próximamente con aportaciones algo más novedosas. En la bodega, predominio de tintos riojanos y de la Ribera (se echan en falta ciertas etiquetas modernas y mayor variedad de blancos).
Vieja escuela
Julián García, el jefe de cocina, se decanta claramente por los modos y maneras de la cocina tradicional y cuida la materia prima, y en la sala se aprecia un servicio de vieja escuela que, desgraciadamente, tiende a desaparecer en la mayoría de los restaurantes de hoy (sorprende ver cómo un camarero prepara con maestría la naranja flambeada delante del cliente).
El hecho de que el restaurante esté situado en el parque empresarial de La Moraleja atrae a numerosos hombres de negocios a la hora del almuerzo, una clientela que cambia de cara los fines de semana y se vuelve más familiar al mediodía (por eso, y para que los padres puedan disfrutar de la sobremesa, a las 15.30 un grupo de payasos se encarga de entretener a los niños en otras dependencias del local). Por las noches, son las parejas y grupos de amigos los que buscan el frescor nocturno.