Gibraltar, en punto muerto
AEspaña le asisten todas las razones en su contencioso con el Reino Unido sobre Gibraltar. La Roca se perdió durante la Guerra de Sucesión española. La toma de Gibraltar se hizo en nombre del pretendiente al trono español, el archiduque Carlos de Austria, que, con la ayuda austriaca e inglesa, luchaba contra las fuerzas hispano-francesas, que defendían los derechos del otro pretendiente, Felipe de Anjou. Resulta una ignominia que el Tratado de Utrecht consagrara la cesión de Gibraltar cuando la plaza había sido tomada en nombre de un pretendiente. Inglaterra fue avanzando las líneas de 'la fortaleza y castillo de Gibraltar' -lo único cedido en Utrecht-, hasta ocupar el istmo y llegar hasta La Línea. La famosa verja de separación fue construida por los ingleses en 1908 y la ocupación ilegal del istmo dio lugar a la construcción de un aeropuerto en plena guerra civil española. La aplicación del Tratado de Utrecht -lo que los gibraltareños califican de 'asedio'- se produjo como respuesta a la Constitución concedida a Gibraltar y el siguiente referéndum de 1969, condenado en repetidas ocasiones por la ONU, que estipula que el derecho de autodeterminación no se puede aplicar cuando atenta a la integridad territorial de un Estado miembro.
Durante décadas los trabajadores españoles fueron sometidos a humillaciones y hasta 1984 se les negó el derecho de pernocta en El Peñón, mientras que los gibraltareños gozaban de sus casas y propiedades en El Campo y en la Costa del Sol. Tony Blair tiene la virtud del pragmatismo. Nunca han estado los Gobiernos tan cerca de un acuerdo sobre el futuro de Gibraltar, pero lo que hasta hace unas semanas parecía próximo se ve ahora lejano. Un 75% de los parlamentarios británicos apoya, contra toda lógica, aprobar un acuerdo que no cuente con el beneplácito de los gibraltareños. Y si Londres considera vinculante el resultado de un referéndum, los meses de ardua negociación no habrán servido para nada. Los 30.000 llanitos parecen tener la bula que no tuvieron los 5 millones de habitantes de Hong Kong, devuelta a China contra los deseos de su población.
España no ha hecho bien su labor de relaciones públicas. Mientras el ministro principal de Gibraltar, Peter Caruana, yerno de uno de los pocos gibraltareños partidarios del entendimiento con España, y el lobby del Peñón en el Reino Unido no han cesado en sus lamentaciones ante la opinión pública, la ausencia de una presentación de las tesis españolas ha sido clamorosa. Las presiones a Blair, incluso dentro de su partido, para que cancele la negociación con un socio en la UE y aliado militar en la OTAN como España son inadmisibles y revelan que para muchos británicos los recelos históricos hacia nuestro país siguen vigentes. Ambas partes precisan de grandes dosis de imaginación en la etapa final de la negociación y Blair necesita aplicar la misma energía que aplicó para la resolución del problema del Ulster.