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Gastronomía
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Bistrot' mediterráneo

De bar de copas a restaurante cosmopolita. El Café Oliver presenta una cocina muy mediterránea, con ciertos toques que le aportan frescura

El Café Oliver fue hace años un bar de copas en el que Adolfo Marsillach congregó a buena parte de la progresía y la intelectualidad capitalina. Hoy, y desde hace sólo tres meses, el negocio ha reabierto con nuevas perspectivas. Se mantiene en la misma ubicación -la modernísima calle Almirante- y con idéntico nombre, pero reconvertido en restaurante informal, cosmopolita y mediterráneo.

La apuesta parte de tres jóvenes profesionales, todos ellos franceses radicados en España, ligados desde hace tiempo al mundo de la restauración. Antoine Melon está al frente de la sala, coayudado por Karim Chauvin, que se encarga de la bodega -no en balde, compatibiliza este trabajo con la dirección en nuestro país de la casa francesa de champán Ruinart-. En los fogones ejerce Frederic Fetiveau, en cuyo currículum figura el haber pasado por las cocinas parisinas de Jules Verne o el hotel Bristol, o la más próxima de Le Divellec, en el madrileño hotel Villa Magna. Posiblemente por esa ascendencia gala de sus propietarios, el local adopta una apariencia de bistrot muy definida: mármol, madera, ladrillo visto, bancos en terciopelo rojo, ventanales a la calle, una barra polivalente para tapeo o desayunos, cuadros modernos, plantas y mucha luz. Ambiente desenfadado, quizá un poco ruidoso, bastante ajetreo, clientela variada que busca un tipo de cocina sencilla, muy mediterránea en su más amplio concepto (española, francesa, italiana, marroquí), pero con ciertos toques que le aporten frescura, divertimento.

Los platos llegan a la mesa (por cierto, sería deseable que sustituyeran los individuales de papel por otros de tela o manteles) en raciones de cantidades correctas, presentadas en cazuelitas de barro o pucheros de cobre: un aire entre casero y tradicional. Se puede empezar por compartir unos entrantes como los kefta y briouac (unas albóndigas especiadas marroquíes y unos crujientes hojaldres de pollo, muy ricos), una polenta con boletus (suave, aromatizada con aceite de albahaca), unos mezze marroquíes (ensaladas de berenjenas, pimientos, pepino y hierbas o zanahoria con cominos) o quizá unas verduras rellenas de pisto. Uno de los platos más demandados es el risotto de mariscos y aceite de trufa, bien de punto, como también la cazuela de bogavante con farfalle (pasta), albaricoques y anís estrellado, con un punto dulce nada corriente. Hay también pescados (vieiras con verduras, lomos de bacalao, dorada con hinojo...) y carnes, en recetas magrebíes (tagine de cordero con ciruelas pasas), españolas (milhojas de rabo de toro) o puramente francesas (como el guiso del Café Oliver, con hígado y mollejas en salsa de nata y puré de patatas).

A la hora de los postres, lo mejor es la bomba de chocolate, aunque hay otras propuestas, como el meloso y caramelizado gratín de frutas, el tiramisú o la tarta tatin de manzana. Otra opción a la hora del almuerzo es decantarse por el menú del día (marmitako, cocido, arroz, lasaña o cuscús), que con ensalada, vino y café sale por 13 euros. Y los sábados y domingos ofrecen un brunch (desayuno-almuerzo) con bollería, ensaladas, huevos, cremas, carne fría e incluso lentejas. Se sirve de 11 a 16 h. a un precio de 15 euros.

Vinos y cócteles

 

La carta de vinos es una agradable sorpresa. Contempla la mayor parte de las denominaciones de origen españolas, con marcas prestigiosas y etiquetas de máxima actualidad, tanto en lo que se refiere a blancos como a tintos. Dedica un apartado especial a elaboraciones francesas (Borgoña, Burdeos, Rhône, Provenza), sin dejar de lado los champanes (todos Ruinart, como es de prever: el más caro, el Dom Ruinart Rosé 1988, a un precio de 135 euros). Además, cavas, vinos generosos y de postre.

 

 

 

 

 

 

 

Para los que prefieran los espirituosos, el trago largo o la coctelería, en la planta baja se ha montado Eo, un bar de copas decorado con gusto, ideal para prolongar la cena.

 

 

 

Combinaciones a base de martini (Bloody Mary, Manhattan, Chocolate menta martini...), mojitos, margaritas, caipirinha, gin fizz, los chupitos Oliver y los cubalibres, se sirven junto a una selección de maltas, escoceses, tequilas, armagnacs, coñac, brandies o aguardientes. El local funciona de forma independiente del restaurante, abre de martes a sábado hasta las tres de la mañana y dispone de servicio de aparcacoches.

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