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La atalaya
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La lógica ilógica israelí

Parece como si los terroristas de Hamás estuvieran al servicio de los halcones del Gobierno israelí. Cada vez que las piezas del damero maldito del conflicto inician un tibio atisbo de encaje, sus hombres-bomba se encargan de disipar cualquier posible entendimiento. Tres semanas sin atentados en Israel y una frenética actividad diplomática internacional hacían concebir ciertas esperanzas. Todo saltó por los aires con el atentado de Rishon le Sión, una localidad cercana a Tel Aviv, donde murieron otros 16 civiles israelíes, y con la previsible represalia del Tsahal, esta vez en la franja de Gaza. El atentado se produjo cuando Ariel Sharon defendía ante George Bush en la Casa Blanca la dura política de su Ejército en la represión del terrorismo palestino. Hamás sabía lo que hacía y cuándo lo hacía.

Ante la estrategia de terror escogida por Hamás y Jihad islámica, Israel no se anda con disquisiciones sobre las raíces del problema porque en ello le va su seguridad y su propia existencia. Primum vivere, deinde filosofare. Vivamos primero y ya veremos si discutimos después. Es una lógica ilógica, porque un Estado democrático, como Israel, tiene todo el derecho a defenderse, pero no a aplicar los contundentes métodos de sus Fuerzas Armadas en la represión del terrorismo palestino. A Sharon sólo parece importarle la audiencia estadounidense y ésa la tiene segura, como demuestran todas las encuestas publicadas en EE UU sobre el conflicto.

La opinión pública estadounidense, sensibilizada ante el terrorismo a partir del 11-S y poco dada a complicados análisis históricos, no comprende las reticencias europeas y la frustración árabe ante las acciones emprendidas por Israel. Sharon lo sabe y su línea argumental es muy simple: ¿por qué EE UU puede invadir Afganistán para luchar contra, y buscar, a los terroristas que atentaron contra Nueva York y Washington e Israel no puede hacer lo propio en Palestina? El resultado está a la vista. Siete de cada diez estadounidenses apoyan la política israelí y el Congreso ha aprobado dos mociones en favor de Israel. Ante este panorama, y en un año electoral como éste, sería mezquino no resaltar los esfuerzos que Bush y su secretario de Estado, Colin Powell, realizan a diario para lograr un alto al fuego que ponga fin a la sangría y que se ha traducido en la decisión de enviar a la zona al director de la CIA, George Tennet, respetado por ambas partes, para asesorar a la Autoridad Palestina en la reorganización de sus fuerzas de seguridad.

A estas horas todavía no sabemos si el último atentado terrorista y la previsible represalia israelí han acabado con las perspectivas de la conferencia internacional, acordada en Madrid por EE UU, la UE, Rusia y la ONU, para intentar relanzar el proceso de paz sobre la base de la propuesta saudí aprobada por la Liga Árabe en Beirut hace unas semanas. Por ahora, esa conferencia constituye la única esperanza para Oriente Próximo. Tampoco sabemos si Sharon se atreverá a mandar a Arafat al exilio, como le exigen varios miembros de su Gobierno. Sería un error, porque, aun desprestigiado por lo que muchos palestinos consideran la traición de Ramala, -la entrega a una fuerza internacional de los terroristas acogidos en su reducto-, y superado en popularidad por los radicales de Hamás, es el único líder capaz de vender a su pueblo un eventual acuerdo con Israel. ¡Cuánto debe añorar el rais los tiempos de Ehud Barak y Clinton y las ofertas que rechazó en Camp David!

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