Cómo sacar partido de los viejos programas
Varios grupos piden protección legal para que el software abandonado por sus fabricantes pueda ser utilizado como un bien cultural
Imagínese que alguien abandona públicamente, manifestando con claridad su intención de hacerlo, un vehículo utilitario antiguo (¿12 años?) y que alguien que no tenga coche le encuentra utilidad, lo arregla y empiece a usarlo, haciendo todo el papeleo pertinente para conseguir su propiedad legal. ¿Tiene algún derecho a reclamarlo con posterioridad? Nuestros ojos jamás verán esta posibilidad porque la ley hace tiempo que ha preparado soluciones para el abandono de vehículos en la vía pública y si sus dueños quieren recuperarlos deberán atenerse a los costes pertinentes por su dejadez y abandono.
Si alguien registra una marca y no la usa durante un periodo de dos años, pierde sus derechos sobre ella, según la Convención de Washington. Y se podría seguir citando casos que cuanto menos han tenido respuesta legal a una problemática evidente y en los que además esa respuesta ha atendido al bien común. Pero con el software, tal vez por su juventud o la incomprensión acerca de su papel cultural, social o cualquier otro diferente del económico, nadie acaba por tomar cartas en el asunto.
Y por ese motivo, desde hace unos años, un movimiento serio y respetuoso recorre el mundo reclamando que el abandonware o software abandonado tenga protección legal para que pueda ser usado como bien cultural, aun cuando su autor no lo quiera. Un movimiento que reclama también que se obligue a ese autor a hacer partícipe a la sociedad de su creación, como se obliga a los propietarios de los objetos artísticos que son patrimonio de la humanidad a mostrarlos periódicamente al público.
El abandonware es aquel software que creado y distribuido hace por lo menos tres años no se vende en la actualidad ni tiene soporte alguno por la empresa que tiene sus derechos o cualquier otra. Unos programas, por tanto, que han jugado en el pasado un papel importante y que ahora han sido condenados al ostracismo. Un software que normalmente se reduce a los juegos que otrora animaran las máquinas recreativas de los bares, los viejos Spectrum, Commodore 64 o MSX, e incluso los flamantes XT o 286, que eran la ultima novedad del mercado informático hace 20 años.
Pero este tipo de software también engloba los sistemas operativos o utilidades de ofimática que por una razón u otra se han abandonado. Imaginemos disponer de un viejo 386 y de un fichero creado en cualquier base de datos para Windows 3.11. Pues aunque no podamos abrirlo desde un programa actual y tan sólo pudiéramos aprovechar el contenido del fichero con el programa original que ya nadie vende, distribuye ni soporta, si descargamos desde Internet una copia de ese software y lo instalamos en nuestro ordenador para recuperar nuestros datos estaríamos actuando en la más absoluta ilegalidad: seríamos piratas.
Esta inexplicable paradoja ha incitado a grupos diversos a proponer a las empresas propietarias de derechos de este tipo a que liberen como software gratuito los programas o juegos muy antiguos, sin soporte, garantía alguna o documentación. Pero la respuesta ha sido el silencio. La causa el hecho de que pueda sacarse partido a juegos antiguos con la irrupción del UMTS y los juegos a través del teléfono móvil o la percepción de que pueden volver a ponerse de actualidad personajes de esos viejos juegos en algún momento en que impere la moda retro.
Llegados a este punto, parece imprescindible la actuación de las autoridades (y además a nivel mundial, por ser el software un producto eminentemente global) para establecer un sistema que permita conjugar el interés de los creadores, editores y distribuidores con el de los ciudadanos que asisten incrédulos a una actitud tan inexplicable como recriminable.
Aunque no todo el monte es orégano: Apple (www.apple.es) lleva mucho tiempo poniendo a disposición de todos las versiones más viejas de su sistema operativo MacOS y de las utilidades que funcionaban con él, aun no ofreciendo soporte alguno. Ha convertido todas esas soluciones en software gratuito en un ejemplo de política racional y respetuosa con los usuarios.
Y para finalizar, un problema más. Cuando usamos una vieja base de datos en un ordenador nuevo podemos encontrarnos con un mensaje requiriendo memoria pese a nuestros flamantes 128 megas de Ram. En realidad lo que nos pide el programa es memoria base, también conocida como memoria convencional, compuesta por los primeros 640 kilobytes disponibles. Ahí es donde suelen ir el software de instalación (drivers) y programas residentes que impiden que aplicaciones que necesitan cerca de 600 k de memoria base puedan funcionar. Habrá pues que liberar parte de esa memoria para poder usar nuestros viejos programas.
Clásicos que aún son modernos
El abandono es una actitud tan vieja como la humanidad, pero ha cobrado especial relieve desde que la facilidad de crear ha irrumpido en nuestro mundo de la mano de la informática y no digamos ya de Internet. Si alguien quiere ir más allá de los juegos de la infancia y su recuperación para las nuevas generaciones, tiene en Internet todo un mundo que explorar del que puede ser un buen punto de partida Abandoned Places (www.aplaces.org), una web recopilatoria de sitios dedicados al software viejo. Allí podemos encontrar prácticamente cuanto se nos ocurra, aunque los juegos son, como no podía ser de otra manera, el referente principal de todo este tipo de software y las webs que sostienen su popularidad.
Uno de los grandes clásicos y referencia obligada es Home of the Underdogs (www.the-underdogs.org), pero si el inglés no es nuestra lengua preferida también tenemos opciones en la lengua de Cervantes, comenzando por un completo sitio que atiende a una dirección tan simpática como reveladora (www.ellosnuncaloharian.com), donde encontraremos referencias al pasado más que suficientes. En otro clásico, Johnny B.Bad Homepage (jbb.metropoliglobal.com) podemos encontrar juegos para PC de Opera Soft, Dinamic, Topo Soft y Zigurat que seguro animaron muchas tardes de adolescencia de las generaciones que han superado los 30 en España.
Y si queremos recuperar aplicaciones del pasado y ficheros creados con ellas tenemos lugares como 21 Century Oldies (21ct.gooddays.org/apps.html), donde encontraremos desde programas como Lotus 123 o Quick Basic hasta el primer Windows, el Windows 1.0.1, para que conozcamos de primera mano la verdadera historia de nuestro actual escritorio. El principal problema que les queda a quienes aún siguen usando viejos programas abandonados por sus creadores es que no tienen más que una ayuda: Internet, que es su último (y único) refugio.