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La Atalaya

Del Río de la Plata al Caribe

Cuando se empieza a vislumbrar una luz, todavía trémula, en el túnel de la crisis argentina, Venezuela salta a la palestra con la amenaza de un estallido social de imprevisibles consecuencias, gracias al fracaso total de una folclórica revolución bolivariana, que sólo ha servido para aumentar la pobreza hasta límites insospechados en uno de los países más ricos del mundo. En Argentina quedan muchas incógnitas por despejar, pero las medidas del presidente Eduardo Duhalde han conseguido un mínimo de consenso nacional e internacional. En Venezuela, Hugo Chávez naufraga con su demagogia y hay quien apuesta, como hizo el miércoles en declaraciones a Bloomberg TV el ex presidente Carlos Andrés Pérez, por su salida, o expulsión, de la presidencia en un plazo de semanas (Pérez es uno de los causantes del actual caos económico venezolano, pero nadie le puede negar su olfato político).

En Argentina la situación sigue mal, pero mejor que en semanas anteriores. La primera semana de pesificación se ha saldado con un resultado francamente positivo. El peso ha aguantado en niveles mejores que los esperados y, hasta ahora, el Banco Central no ha tenido que gastar sus 14.000 millones de dólares de reservas para evitar el desplome de la moneda. Las conversaciones del ministro de Economía, Jorge Remes, con las instituciones financieras internacionales y el departamento del Tesoro estadounidense, que serán duras y largas, marchan a buen ritmo y el nuevo plan económico goza al menos de credibilidad inicial. Tiene lagunas importantes, como la ausencia de fijación de objetivos inflacionistas y fiscales, pero para eso, precisamente, ha ido la misión argentina en Washington.

En el plano interior, Duhalde ha llamado a la concertación entre todos los sectores sociales, políticos y económicos, en un intento de recrear los Pactos de la Moncloa españoles. Hasta ahora, la reacción ha sido positiva. También hay que apuntar en su haber el acuerdo con los gobernadores para embridar el gasto de las provincias y su propuesta de refundación de las instituciones políticas argentinas para crear una segunda república, un plan nada descabellado -en Francia van por la Quinta República-, pedido a gritos por la ciudadanía.

Todo un contraste con Venezuela, donde el ex golpista Chávez parece haber perdido el rumbo ante una opinión pública harta de sus experimentos populistas, que cada vez arruinan más al país, y de su autoritarismo, cada vez más dictatorial. Con su inalcanzable revolución bolivariana, apoyada por su ídolo Fidel Castro, Chávez ha dilapidado el apoyo popular que, democráticamente, le llevó al poder hace tres años. La caída del precio del petróleo, prácticamente la única exportación del país, le ha puesto contra las cuerdas. La libre flotación del bolívar produjo una devaluación inmediata de más del 20%, que se traducirá en más presión inflacionista. Además, Washington mira cada vez con más recelo a Chávez, cuyas visitas más sonadas el año pasado fueron a La Habana y Bagdad. Las apelaciones a presuntas conspiraciones oligárquicas y las intolerables amenazas de cierre a los medios de comunicación disidentes ya no convencen siquiera a los desheredados, que comprueban cómo la felicidad prometida está cada vez más lejos. El esperpéntico espectáculo de un coronel pidiendo la renuncia del presidente, su teórico comandante en jefe, ilustra a la perfección el caos que atraviesa Venezuela.

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