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Viajes

Cuna de campeones

Val d'Isère y Tignes, unidas por el Espace Killy, tal vez sean el dominio esquiable más bello y variado de los Alpes de Saboya. Hasta hace poco la nieve les separaba del mundo, pero lo que antaño era una maldición es ahora una gozosa manera de vivir

Para algunos incondicionales, aquél es el campo de deportes de invierno más bonito del mundo. Al menos, es uno de los más variados. El tándem Val d'Isère-Tignes ocupa un rincón privilegiado de la Saboya francesa. Un murallón de picachos que rozan los 4.000 metros (Grand Motte, Grand Casse) origina pendientes y pliegues orientados de modo muy diverso, de manera que se dan simultáneamente laderas con nieve dura, en polvo o primavera; gozan incluso, dicen, de climas diferentes. A unos escenarios de película se suma el sabor de la tradición, amorosamente preservada en vaguadas que, antaño, permanecían aisladas por las nevadas durante medio año. Lo que era una maldición es ahora una industria, o mejor aún: una gozosa manera de vivir.

Val d'Isère es casi un mito. Es un valle por el que fluye el río Isère, párvulo y puro, y es también un pueblo antiguo (ya queda poco de él). Tal vez existiera cuando los ceutrones convecinos de Asterix hacían perradas a las legiones de César. Hasta hace relativamente poco, la nieve les separaba del mundo, y tenían que bajar a Bourg St. Maurice por trochas resbaladizas a vender sus encajes y sus quesos. Sólo en 1937 se asfaltó una carretera. Pero ya antes los amantes de la nieve habían puesto el ojo en esta aldea. En 1948, un paisano, Henri Oreiller, volvió con una medalla de oro, era el primer campeón olímpico del esquí francés. A partir de aquellos años cuajó allí un clan, una auténtica escuela de campeones.

El pueblo creció, naturalmente, pero sin perder su carácter. Alguien con mucha visión y sensatez decidió que sólo se podía construir respetando el sabor antiguo, o sea: con piedra del valle de Manchet, madera local y tejados a dos aguas con lanchas de pizarra. Al viejo núcleo presidido por una iglesia barroca y un campanario que parece románico, le crecieron barrios o pedanías, hasta cuatro, que no alteraron su esencia. La atmósfera sigue siendo, en el complejo, la de una aldea saboyana. No hay apenas coches. Un tren rojo, gratuito, lleva a cualquier parte del pueblo, continuamente, incluso a altas horas de la madrugada, cuando los noctámbulos salen de los cálidos restaurantes, garitos y discotecas de la avenida Olímpica (la calle mayor, no exageremos).

Si el ambiente grato y la calidad de vida son uno de los timbres de Val d'Isère, lo que definitivamente distingue a esta estación son sus pistas legendarias, que los aficionados del mundo saben recitar junto a los nombres de estrellas y campeones olímpicos; pistas como la Face de Bellevarde (trazada en las olimpiadas de 1992) o la O.K. (por Oreiller y Killy, dos monstruos de la cantera local). El Espace Killy es un prodigioso dominio esquiable que une el núcleo de Val d'Isère con la vecina Tignes. Esta última nació, como el ave Fénix, de sus cenizas, o sea: el viejo pueblo, en el fondo de un valle regado por un riachuelo, quedó sepultado bajo las aguas de una presa (llamada ahora lago de Chevril). Arriba, en la pendiente, había ido creciendo una estación de esquí, y ésta fue, finalmente, la que tomó el relevo, el nombre y el alma (o el fantasma) de Tignes.

Como Val d'Isère, cuenta Tignes con un club de campeones tignards que mueven el cotarro y organizan encuentros de alcance mundial. El Snowpark, por otro lado, es el más grande de Europa. Y también aquí, como en Val d'Isère, los coches están mal vistos, una lanzadera gratuita funciona las 24 horas del día. Lo que envuelve a este dominio y a estos dos núcleos urbanos es el parque nacional más antiguo de Francia, La Vanoise; un espacio por el que se puede transitar libremente, paseando con raquetas sobre la nieve, entre bosques de alerces, con la sola precaución de no espantar a las gamuzas y a las cabras monteses. Hay que decir que estos parajes, pero sobre todo los pueblos, son más hermosos en invierno, cubiertos de nieve, que cuando se muestran desnudos en verano. æpermil;ste es, pues, el momento adecuado de disfrutar su belleza.

Cómo ir. Para llegar a Val d'Isère y Tignes en coche hay que tomar la autopista A 43 hasta Albertville; desde allí una autovía de doble carril lleva hasta Moûtiers; a continuación hay que tomar la D 902 hasta Bourg-Saint-Maurice, y seguir desde allí 30 kilómetros hasta Val d'Isère y Tignes.

Varias mayoristas proponen paquetes muy interesantes: así, la especialista en nieve Touralp ofrece una semana de esquí en Val d'Isère por 787,40 euros, precio que incluye: viaje en avión Madrid-Ginebra i/v y traslados a la estación, alojamiento siete noches en apartamento quíntuple, seis días de skipass para el Espace Killy, seguros, sábanas y toallas. Sin transporte: 395,16 euros. Información, 915 768 014 y www.touralp.com.

Una semana en Tignes incluyendo avión y traslados, alojamiento siete noches en estudio de tres o apartamento cuádruple, skipass, seguros, sábanas y toallas, cuesta 724,17 euros, sin transporte: 332,44 euros. Organiza Viajes Marsans (en agencias). Sin reparar en gastos: una semana en Val d'Isère, en Hotel Christiania (a pie de pista, con piscina climatizada, sauna y jacuzzi), en media pensión y habitación doble, skipass y viajes, cuesta 1.298 euros. Organiza El Corte Inglés.

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