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TRIBUNA

<I>Directivos en sociedad</I>

En los umbrales del tercer milenio quizás la única certeza a la que cabe acogerse es a que se viven momentos donde los miedos parecen banalizar cualquier prospectiva que vaya más allá de unas pocas semanas. Si se descarta, claro, ese secreto a voces, que la Comisión Europea acaba de descubrir para constatarlo seguidamente en un comunicado, que da cuenta de la pérdida de gas y de ilusión que aquejan al proyecto europeo.

Son tiempos donde es difícil aferrarse a nuevos paradigmas que vengan a sustituir a los de la economía industrial. Ni cabe actualizar el star system hollywoodiense haciendo caso del embeleso con que Tom Cruise llega a comparar a Penélope Cruz con Audrey Hepburn. Cosa tan alejada de la realidad como la ilusión que embarga a algunos que, con ojear las Memorias de Winston Churchill, se sienten inmediatamente protagonistas de los nuevos liderazgos mundiales.

En este clima, en el que se confunde la política con el disfrute que al parecer produce estrechar la mano del emperador o retratarse con otros mandamases, se está abriendo paso la idea de que los directivos empresariales puedan ser un referente actitudinal e incluso ético con que abordar los procelosos sofocos de cada mañana. Ya que ellos tienen que afrontar a diario el cómo impulsar y gestionar unas corporaciones en las que hoy no es posible hablar de estructuras y maneras empresariales como las que eran usuales en unas economías más estables. Donde los mercados no tenían la conectividad y sensibilidad que ahora tienen ante cualquier cambio, oportunidad o amenaza. Lo cual está obligando a una renovación sin precedentes en las habilidades directivas de quienes quieren conquistarlos. Y que se afanan ahora en desarrollar una imaginación y una adaptabilidad competitivas difíciles de entenderse desde modelos anteriores.

Atales habilidades han aprendido a sumar, además, un afianzamiento de actitudes que les facultan para gestionar compartidamente el poder, dar ejemplo de compromiso y arrojo y estar siempre abiertos a las sensibilidades e iniciativas de los demás. Lo cual conlleva esforzarse por comunicar y escuchar y por ser referentes morales y culturales, de modo que dirijan desde unos valores asumidos convincentemente. Y desde los cuales poder dar testimonio de coherencias y preocupaciones por las personas, ya sean colaboradores, clientes o competidores. Lo cual les acabará abocando a preocuparse, dentro de las nuevas maneras de las empresas socialmente responsables, a pensar también en las comunidades que les rodean y en el mundo en que les ha tocado vivir.

Es desde estas nuevas perspectivas desde las que algunos intuyen que la empresa y los que la dirigen y mueven pueden aportar propuestas, ejemplos y pautas a la modernización social y a la actualización de cómo gestionar la convivencia y los asuntos ciudadanos. Que precisan, como ha hecho la empresa, acomodarse a unos nuevos tiempos más globales e inestables. Para conseguir que algunos de las procedimientos y estilos del buen gobierno empresarial puedan aplicarse también en la gestión de los recursos públicos.

Asumiendo muchas intuiciones y ánimos que se ejercitan en los despachos directivos para sortear riesgos y construir la excelencia empresarial.

Esta nueva proyección social del quehacer directivo no es, sin embargo, suficiente para encarar las nuevas gobernabilidades que precisan asuntos más complejos e interrelacionados que los que se concretan en un estado de perdidas y ganancias.

Los directivos más sagaces saben de sobra, como lo sabe Penélope aunque su compañero, con el arrobamiento lógico inicial, no se haya percatado, que no se requieren las mismas capacidades para rodar Jamón, jamón, que para hacer My Fair Lady. Saben también, como lo sabía la Hepburn, que todo es posible aprenderlo si se pone tenacidad en el empeño. Pero son conscientes que dirigir es algo más que lucir los modales con que un líder de la oposición trata de cautivar al electorado sin repartir más ideas que algunos lugares comunes.

Y sobre todo, y esta puede que sea la mejor lección que la política tendrá que aprender de los nuevos liderazgos empresariales, que no es posible dirigir desde la suficiencia, el engolamiento y el hacer oídos sordos a los susurros del mercado y las añagazas de la competencia. Aunque para ello no haga falta haber leído a Churchill ni que los fontaneros más leales y menos obsequiosos tengan que recordar siquiera que las elecciones, como los mercados, se pueden perder incluso después de haber ganado una guerra.

Sobre todo si uno se acostumbra a mostrarse tan arrogante como el que le daba réplicas a la actual novia de Cruise en la película que la descubrió para el gran publico.

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